Page 102 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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Ι θ 6          GRECIA  CLÁSICA  Y  MUNDO  MODERNO
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      425,  de  los  cuales  se  consideraban  esp^téoS/233.  (Si  alguna  vez  se
      volviera  a  encontrar  ese  cuerpo  de  escritos,  ¡ qué  oportunidades  no
      brindaría  a  nuestros  historiadores !)  De  Iseo  tenía  64,  de  ellos  50  au­
      ténticos;  nosotros  sólo  tenemos  diez  y  medio.  De  Isócrates  tenía  6o»
      28  auténticos ;  de  Hipérides,  77,  de  los  que  eran  auténticos  52.
      Y   así  sucesivamente.  Nosotros  poseemos  21  discursos  de  Isócrates  y
      sólo  conocemos  a  Hipérides  a  través  de  los  papiros.
          I   Montañas  de  oratoria  en  prosa !  Gran  parte  de  ésta  no  es  parti­
      cularmente  elocuente  en  su  forma,  y  en  su  mayor  parte  es  ininteligible
      — al  menos  para  Focio—   en  cuanto  al  fondo.  Ése  es  el  principal
      tesoro  que  Focio  encuentra  en  la  literatura  clásica.  Si  se  cuentan  las
      columnas  que  dedica  a  los  resúmenes  de  los  distintos  autores,  se  llega
      a  la  misma  conclusión.  A   Herodoto  lo  despacha  en  cosa  de  media
      columna.  A   los  Meletai,  o  estudios  sobre  el  arte  de  la  retórica,  de
      Himerio  les  consagra  68  columnas.  Se  trata  del  acostumbrado  fenó­
      meno  que  se  da  en  la  literatura  griega  tardía;  la  absorción  de  todos
      los  demás  temas  literarios  por  el  estudio  de  la  retórica,  que  todo  lo
      acapara.  Es  la  misma  tendencia  que  nos  ha  enriquecido  con  la  ingente
      masa  ilegible  de  los  Rhetores  Graeci.
         ¿Cuál  es  el  sentido  y  la  causa  histórica  de  esta  tendencia?  ¿P01*
      qué  razón  seres  humanos  en  su  sano  juicio  conservaron  64  discursos
      de  Iseo  y  dejaron  que  desaparecieran  Safo  y  Alceo  y  casi  toda  la  obra
      de  Esquilo  e  incluso  el  fácil  y  famoso  Menandro?  La  gente  habla
      de  ciertas  presuntas  peculiaridades  y  de  là  sensibilidad  anormal  de
      estos  griegos  tardíos.  Pero  es  lástima  suponer  que  aquellos  seres  hu­
      manos  fueran  muy  distintos  de  nosotros  simplemente  porque  hicieran
      cosas  raras.  Tantas  veces  las  cosas  raras  que  hicieron  son  justamente
      las  que  hubiéramos  hecho  nosotros  en  igualdad  de  circunstancias.



         La  antigüedad  griega,  desde  Alejandro  en  adelante,  tenía  ante  sí
      un  gran  deber,  y  del  cual  se  percataba  con  toda  conciencia.  Tenía
      primero  que  difundir  y  luego  que  conservar  la  más  alta  civilización
      a  que  la  humanidad  había  llegado.  Aquella  tarea,  como  todos  sabe­
      mos,  fue  superior  a  sus  fuerzas.  A   partir  aproximadamente  del  si­
      glo  il  d.  J.  C.,  la  erudición  y   civilización  antiguas  no  realizan  ya  un
      progreso  victorioso,  sino  una  retirada  defendida  obstinadamente.  Quizá
      la  misma  sensación  de  derrota  atizara  la  devoción  a  la  causa.
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