Page 119 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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HERACLES                       1 2 3

       al  que  habra  de  sei'  su  dueño.  (Hablo  como  quien  ha  sido  madre.)
       El  rostro  de  la  novia  por  la  que  luchan  espera  el  desenlace  con  ojos
       angustiados,  y  de  pronto  es  arrancada  de  su  madre,  como  cordera
       abandonada.”

          No  es  menester  añadir  nada  para  que  la  imagen  sea  más  clara»
       pero  podemos  fijarnos  en  el  relato  que  la  propia  Deyanira  hace  de
       ia  lucha  según  se  cuenta  en  el  prólogo;  "Del  matrimonio  tenía  yo
       un  terror  tan  angustioso  como  ninguna  muchacha  de  Etolia.  Mi
       pretendiente  era  un  río,  Aqueloo.”  Describe  las  extrañas  formas  en
       que  se  presentaba,  toro,  serpiente,  monstruo  híbrido,  chorreándole  el
       agua  por  la  barba  tupida.

          "Con  el  terror  de  tal  pretendiente  pedía  yo  antes  morir  que  ser
      arrastrada  a  semejante  lecho.  Al  fin,  respondiendo  a  mi  anhelo,  llegó
       el  ilustre  hijo  de  Zeus  y  Alcmena,  que  entabló  con  él  la  lucha  y  me
       salvó.  No  sabría  yo  relatar  los  azares  de  aquella  lucha;  no  lo  sé;
       si  hubo  alguno  que  se  atrevió  a  mirar  sin  terror  lo  que  veía,  ése
       podría  contarlo.  Yo  estaba  sobrecogida  por  el  temor  de  que  mi  her­
      mosura  acabara  por  ser  mi  propia  ruina.  Al  fin,  el  Dios  de  las  Bata­
      llas  decretó  bien,  si  es  que  fue  bien,  y  quedé  unida  a  Heracles  como
       escogida  esposa.”
         Llamaré  brevemente  la  atención  sobre  cuatro  puntos,  quizá  bas­
      tante  obvios  todos.  Primero,  que  los  amantes  fluviales  no  siempre
       son  así,  monstruosos  y  terribles.  Piénsese  en  Enipeo  y  Tiro  en  el
       undécimo  libro  de  La  Odisea,  en  cómo  fue  Tiro  a  reunirse  con  su
      amado,  y  la  grande  y  hermosa  ola  “ se  levantó  en  tomo  a  ellos  como
       una  montaña,  ocultando  al  dios  y  a  la  mujer  mortal” .  Recuérdense
      los  amores  de  Strimón  y  la  Musa  en  Reso  cuando
              Sus  bracos  se  abrieron  al  agua  dulce  y  turbulenta
              Y   resonó  el  amor  del  río  en  torno  a  ella.


         Segundo,  obsérvese  lo  brumosa  y  fantasmagórica  que  es  la  bata­
      lla ;  el  monstruo,  el  φάσμα  ταύρου,  visto  a  medias,  el  polvo  cegador,
      y  el  único  espectador,  que  de  puro  terror  es  incapaz  de  ver  clara­
      mente.  El  mismo  efecto  nebuloso  de  horror  no  visto,  o  no  visto  del
      todo,  se  produce  en  otro  lugar  de  la  obra,  o  sea  cuando  Heracles,
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