Page 128 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
P. 128

132           GRECIA  CLÁSICA  Y  HUNDO  MODERNO

     ginal,  más  rebelde,  más  sutil,  y  que  constituye  una  crítica más  profunda
     de  la  vida.  El  alegorista  de  épocas  tardías  se  dirigió  como  una  flecha
     hacia  lo  edificante ·,  por  regla  general  no  trató  de  estudiar  la  leyenda
     en  sí.  Sófocles,  en  cambio,  la  estudia,  la  analiza,  la  encuentra  mal·
     vada,  y  pone  al  descubierto  cómo  resulta  realmente  en  la  vida  hu­
     mana  el  falso  ideal  que  representa.  Se  deja  intacto  al  héroe,  a  sus
     hazañas,  a  todo  el  fondo,  por  así  decir;  pero  se  demuestra  que  el
     cuño  o  inscripción  que  lleva  no  responde  a  la  realidad.  El  αριστος
     άνδρών de  la  tradición  convencional  resulta  ser  algo  monstruoso,  algo
     que  no  puede  llamarse  "bueno” ;  el  hijo  de  Zeus  no  está  por  encima
     del  rasero  humano,  sino  por  debajo  de  él;  casi  podría  decirse  que
     es  digno  hijo  de  ese  ser  inescrutable  que  es  causante  de  toda  la
     miseria  y  el  caos  del  mundo.  El  foco  de  nuestra  simpatía  y  admira­
     ción,  lo  que  verdaderamente  está  acuñado  en  oro  verdadero,  es  la
     Deyanira  hasta  ahora  olvidada.
        Sabemos  no  poco  de  las  concepciones  que  en  el  siglo  v  se  tenían
     de  Heracles.  Cierto  es  que  era  una  figura  ridicula  en  la  comedia,  con
     características  de  rústico,  y  un  semihéroe  en  el  drama  satírico,  pero
     durante  mucho  tiempo  fue  también  héroe  de  epos.  Hesiodo,  Arquí-
     loco,  Pisandro,  Pisinoo,  Paniasis,  todos  lo  celebraron.  Había  logrado
     entrar  en  los  poemás  homéricos ;  fue  glorificado  por  Píndaro  y  Baquí-
     lides.  Parece  posible  que  Eurípides  lo  hubiera  introducido  ya  en  la
     escena  trágica  como  héroe  del  tipo  superior,  héroe  no  perfecto,  pero
     que  despertaba  todas  las  simpatías  del  público.  Sin  duda,  en  el  cora­
     zón  de  toda  leyenda  hay  en  germen  una  tragedia  esencial.  Eurípides
     vio  una  posible  tragedia,  que  no  era  muy  fiel  a  la  experiencia  ni
     tampoco  muy  penetrante  como  crítica  de  la  vida,  que  realmente  no
     era  el  núcleo  esencial  de  la  leyenda  misma,  pero  que  constituía  una
     historia  conmovedora  relatada  con  no  poca  poesía  hermosa.  En  cam­
     bio,  Sófocles  vio  seguramente  que  en  los  hechos  mismos  había  una
     tragedia  más  grande,  bien  conocida,  eterna,  absolutamente  verdadera;
     la  υβρις,  la  fuerza  y  la  violencia  triunfantes,  acrecidas  por  el  elogio
     general,  hechas  más  egoístas  por  la  devoción  de  los  demás;  y,  con­
     trapuesta  a  ella,  el  exponente  más  sencillo  y  característico  de  servicio
     y  sacrificio  devotos,  el  amor  de  una  mujer  a  un  dueño  brutal.  Algunas
     de  las  grandes  tragedias  del  mundo  están  basadas,  como  Hamlet,  la
     Orestiada  o  Edipo,  en  alguna  combinación  rara  y  extraña  de  inci­
     dentes;  otras,  como  Medea,  Alcestes  y  quizá  Las  Bacantes,  se  ven
   123   124   125   126   127   128   129   130   131   132   133