Page 148 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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     con  una  antorcha  este  lugar  sagrado” .  La  danza  sagrada  celebra  el
     deshonor  de  la  sacerdotisa  virgen;  el  lugar  sagrado  es  el  campo  de
     batalla  después  del  combate,  sembrado  de  cadáveres,  la  ruina  de  los
     santuarios  destruidos  y  toda  suerte  de  contaminación.  ¿Tiene  la  san­
     tidad  de  la  propia  Casandra,  que  ahora  alcanza  quizá  su  mayor  inten­
     sidad,  inmediatamente  antes  de  que  devuelva  su  corona  y  bandas
     sagradas  al  Dios  que  se  las  dio  para  que  al  menos  ellas  no  sean
     profanadas,  tiene  su  santidad  algún  poder  para  anular  el  mal  del
     mundo  y  la  podredumbre  de  las  cosas  materiales  entre  las  que  se
     mueve?  Esto  sólo  haría  que  diera  un  ligero  paso  adelante  la  doctrina
     tan  magníficamente  expuesta  por  Teseo  en  el  Heracles 22  de  que  110
     hay  contaminación  del  mundo  material  que  pueda  manchar  la  pureza
     del  alma,  de  la  divina  luz  del  sol  o  del  amor  entre  amigo  y  amigo.
     Huelga  advertir  que  esto  pasó  a  ser  una  de  las  doctrinas  más  radicales
     de  los  primeros  estoicos.  Por  otra  parte,  ¿es  la  presencia  de  la  muerte
     lo  que  purifica?  Al  final  de  la  obra,  en  un  pasaje  que  notaremos  más
     adelante,  Hécuba  llama  a  Príamo,  pero  su  llamada  queda  sin  res­
     puesta.  Príamo  no  puede  oírla:
                       μέλας  jdp  ο'σσε  κατεκάλυψε
                       θάνατος  δσιος  ανοσίαις  σφαγαΐσιν.

     Las  tinieblas  le  han  cerrado  los  ojos.  Ha  pasado  por  toda  la  podre­
     dumbre  e  impureza  de  la  matanza  para  llegar  a  la  santidad  de  la
     muerte.  La  matanza,  el  proceso  todo  de  matar  y  morir,  es  impuro,
     pero  detrás  de  la  carnicería,  del  fragor  y  la  violencia  y  el  sufrimiento,
     está  ese  mundo  en  que  no  hay  ya  ni  sufrimiento  ni  fragor  ni  vio­
     lencia,  sino  el  mundo  de  la  paz  eterna.  No  creo  que  a  Eurípides  le
     pareciera  necesario  determinar  claramente  a  cuál  de  estas  alternativas
     se  refería.  Se  funden  bastante  bien.  La  concepción  de  la  muerte  no
     contaminada  por  el  mal,  la  portadora  de  paz,  la  «ράρμακον  κακών,
     es  bastante  corriente  en  Eurípides  a  partir  de  aquellos  hermosos  versos
     de  Macaría  en  los  Heráclidas,  Puede  que  más  allá  de  la  tumba  haya
     para  ella  alguna  recompensa,  pero  más  vale  que  no:
                     ειη  γε  μέντοι  μηδέν  εί  γάρ  εξομεν
                    κάκεΐ  μέριμνας  οί  θανοόμενοι  βροτών,
                     ο6κ  οίδ’οχοι  τις  τρέφεται.

        22  i .231-4·
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