Page 153 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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     ses  y  pueblos  extraños  y  luego  por  las  cosas  que  hacen;  Helanico,
     por  la  tarea  de  poner  orden  en  los  superabundantes  logoi  y  otras
     crónicas  de  que  estaba  inundada  la  Grecia  del  siglo  V:  Herodoto,
     por  aplicar  a  estas  tradiciones,  con  resultados  un  tanto  grotescos,  las
     doctrinas  científicas  más  recientes  e  ilustradas  de  su  época;  Tucí-
      dides,  por  centrar  su  estudio  en  lo  que  era  de  importancia  funda­
     mental  y  podía  saberse  con  certeza;  Jenofonte,  a  la  manera  moderna
     o,  al  menos,  helenística,  por  dividir  o  desperdigar  sus  intereses  entre
     muchos  temas  y  hacerse  hombre  de  letras,  quizá  principalmente  por­
     que  no  le  dejaban  seguir  siendo  hombre  de  acción.
        Lo  que  me  propongo  a  los  fines  que  ahora  nos  interesan  es  tomar
     la  historia  griega  en  una  época  posterior,  tal  como  salió  de  la  escuela
     de  Isócrates.  Aunque  estaba  lejos  ser  el  más  grande  hombre  de  letras
     del  siglo  IV,  creo  que  Isócrates  fue  probablemente  el  que  mayor  in­
     fluencia  ejerció  de  todos  ellos.  Su  estilo  dominó  inmediatamente  la
     lengua  griega  y  perduró  para  acabar  por  dominar  también,  a  través
     de  Cicerón,  la  latina.  Enseñó  a  sus  alumnos  a  evitar  el  hiato  en  la
     prosa  lo  mismo  que  trataban  de  evitarlo  en  poesía,  a  evitar  la  repe­
     tición  de  una  misma  palabra,  a  componer  en  períodos  correctos,  Tam­
     bién  les  enseñó  a  combinar  la  política  con  la  filosofía.
        Fue  un  gran  publicista  en  tiempos  en  que  la  política  acusaba  en
     general  más  ingenio  que  sabiduría.  En  todos  los  principales  problemas
     públicos  de  Grecia  estaba  en  lo  cierto,  y  al  parecer  sólo  él  — esta  es
     al  menos  la  impresión  que  da— .  Sus  ideas  políticas  eran  de  tono  más
     elevado  que  las  que  se  tenían  a  su  alrededor,  pero  eran  también  más
     prácticas.  Él  comprendió  que  el  único  modo  de  salvar  a  la  Hélade
     de  la  ruina  era  poner  término  a  sus  guerras  de  mutua  exterminación;
     vio  el  procedimiento  más  seguro  y  beneficioso,  al  menos  para  los  que
     creían  en  el  helenismo,  hacia  el  cual  podían  encauzarse  las  ambiciones
     de  Macedonia ;  comprendió  con  mayor  claridad  que  ninguno  de  los
     políticos  prácticos,  que  el  helenismo  es  cosa  del  espíritu,  y  que  había
     de  celebrarse  tanto  en  los  beocios  como  en  los  atenienses,  y  en  los
     bárbaros  tanto  como  en  unos  y  en  otros.  Los  críticos  lo  llaman  retórico,
     pero  su  rhêtorikê  casi  era  lo  contrario  de  lo  que  hoy  calificamos  des­
     pectivamente  de  “ retórica” .  A  sus  muchos  discípulos,  entre  los  cuales
     figuraban  un  sorprendente  número  de  los  hombres  que  luego  se
     hicieron  famosos  en  toda  Grecia,  les  enseñó  a  componer  sin  trope­
     zones,  de  un  modo  correcto  y  sereno,  y,  sobre  todo,  con  lucidez  y
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