Page 151 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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TRAGEDIAS  DE  EURÍPIDES  DE  4 1 5   A.  J,  C.  155

      el  que  fuere,  y  lo  representa  bien.  Que  sea  el  papel  de  un  rey  o
      el  de  un  esclavo,  de  vencedor  o  de  vencido,  nada  importa.  Lo  que
      importa  es  que  se  represente  bien.
         Así,  pues,  la  nueva  inscripción  que  queda  acuñada  sobre  el  metal
      del  mundo  en  las  Troyanas  no  es  simplemente  Vanitas  vanitatum,
      omnia  vanitas.  Ésta  es  su  primera  fase,  un  exponer  la  injusticia  de
      un  mundo  en  que  el  inocente  sufre  y  el  indigno  triunfa,  y  la  ironía
      de  un  mundo  en  que  los  que  triunfan  y  vencen  e  imponen  su  voluntad
      están  más  hondamente  descontentos  y  se  sienten  más  desgraciados
      que  aquellos  a  los  que  han  vencido.  Cabría  decir  que  hasta  aquí
      todo  es  vanidad.  Pero  más  allá  de  ese  primer  estadio  hay  un  atisbo
      de  otra  escala  de  valores,  en  que  hay  algo  — llámese  gloria,  esplendor
      o,  a  falta  de  nombre  mejor,  belleza— ,  algo  que  de  todos  modos  es
      tema  para  ser  cantado  eternamente,  en  representar  el  propio  papel
      hasta  la  última  palabra,  y  en  soportar  lo  que  el  destino  manda.  Esta
      concepción  cabría  calificarla  de  doctrina  estoica  en  ropaje  romántico;
      pero  claro  está  que  en  realidad  no  es  eso.  Es  la  vaga  visión  antici-
      patoria  de  aquella  gran  verdad  o  semiverdad  que  luego  formularon
      los  estoicos,  adivinada  desde  lejos  por  un  poeta  mediante  su  acos­
      tumbrado  ambiente  novelesco,  y  no  con  la  luz  fría  del  razonamiento
      exacto.  Como  en  otros  muchos  aspectos,  Eurípides  se  anticipa  a  las
      doctrinas  de  la  filosofía  posterior.
         Creo,  pues,  que  ateniéndonos  a  los  testimonios  que  se  conservan,
      está  bastante  claro  que  toda  la  trilogía  troyana  de  Eurípides  del  año
      415  está  inspirada  por  el  mismo  espíritu  de  las  Troyanas  mismas  y
      que  en  dicha  tragedia  encontró  su  expresión  suprema.  La  primera
      obra  nos  dio  el  anatema  sobre  Troya  por  confundir  al  hijo  maldito
      Alejandro  con  el  hijo  portador  de  bendiciones,  y  por  acoger  al  des­
      tructor  creyendo  que  era  el  salvador.  La  segunda,  la  maldición  sobre
      los  griegos,  por  preferir  la  falsa  sabiduría  a  la  verdadera,  por  creer
      en  la  mentira,  por  rechazar  la  verdad  y,  sobre  todo,  por  asesinar  a
      los  inocentes.  La  última  presenta  la  consumación  de  ambos  anatemas,
      la  vanidad  de  la  conquista  y  de  la  gloria  y  de  todos  los  valores  reci­
      bidos,  un  mundo  sumido  en  las  tinieblas  de  lo  más  profundo  de  la
      noche,  y  luego  una  insinuación  de  algún  valor  nuevo,  no  definido
      y  difícil  de  barruntar,  que  se  agita  en  lo  más  denso  de  la  oscuridad.
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