Page 17 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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EL HELENISMO 21
Baste recordar a Nicias y el eclipse, o la mutilación de los hermes
o las descripciones de prácticas supersticiosas en Teofrasto, Epicuro,
Lucrecio y Minucio Felix, sin olvidar lo que dice San Pablo sobre la
δεισιδαιμονία 2. Pero es evidente que la superstición se despreciaba y
que, en general, no se dejaba que lo sobrenatural se inmiscuyera en la
literatura seria. Tengo la sospecha de que entre las gentes iletradas
flotaban innumerables fragmentos de religiones locales no autoritarias!
sin embargo, por ahora conviene dejar a un lado esta cuestión. Las
clases cultas estaban emancipadas, si se exceptúa una creencia profun
damente arraigada y que sería temerario calificar de superstición. En
la poesía, en la historia y en la filosofía se percibe por igual la con
vicción subterránea de que el orden natural del mundo también es
de algún modo un orden moral: la ley moral es real, y toda trans
gresión va seguida naturalmente del castigo. Nadie puede obrar injus
tamente con impunidad total. La Dike no sólo es la justicia, sino
también la manera en que acaecen las cosas. Hecha excepción de esta
corriente subterránea, es notable hasta qué punto consiguieron los
historiadores librarse de toda superstición. La filosofía logra desasirse
de las trabas tradicionales con tal facilidad y de un modo tan com
pleto, que carece de paralelo hasta el siglo XVII en Francia y el xvili
en Inglaterra. Y, por lo que a la ciencia se refiere, aún hoy es difícil
leer sin emoción aquellos pasajes en que Hipócrates, el padre de la
medicina, repudia las prácticas supersticiosas y los ritos mágicos. Sus
discípulos han de prestar juramento de que jamás pretenderán poseer
poderes mágicos ; no deberán aprovecharse del temor ni de los sufri
mientos del paciente, y entrarán en casa de éste con ánimo sincero,
en calidad de amigo de todos los que en ella vivan.
El destronamiento de lo sobrenatural en el arte y en la poesía es
igualmente notable y adopta una forma curiosa. En la antigüedad, la
religión fue siempre local. Para la gente eran reales los dioses de su
lugar y de sus antepasados, a diferencia de aquellas otras divinidades
cosmopolitas y sin raíces que Homero y los poetas difundieron por
toda Grecia. Pero sólo aquellos dioses cosmopolitas fueron los que
ejercieron gran influjo en la poesía o en el arte: aquellas deidades
un tanto irreales, de forma humana idealizada, y (si cabe negar o
trocar en alegoría las leyendas poco edificantes de tiempos más pri
2 Hechos, X V II, 22.