Page 20 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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      hablando,  habría  que  “ echar  a  palos  de  los  concursos  a  Homero  y  a
      Arquíloco”  por  su  mala  conducta.  Imagínese  a  Jeremías  o  incluso  a
      Habacuc,  que  era  capable  de  tout,  diciendo  tales  cosas  de  Moisés.
      Se  dirá  que  se  trata  de  las  censuras  que  un  filósofo  dirige  a  poetas
      e  historiadores;  pero  Jenófanes,  que  era  rapsoda  de  oficio  y  se
      ganaba  la  vida  recitando  a  Homero,  lo  critica  con  igual  libertad
      y  casi  con  el  mismo  rigor:  “ Homero  y  Hesíodo  atribuyen  a  los
      dioses  actos  que  son  deshonrosos  para  los  hombres.”  “ Además,  su
      antropomorfismo  es  ridículo.  N o  hay  duda  de  que  las  vacas  dirían
      que  Dios  tiene  forma  de  vaca.  Dios  es  un  espíritu,  sin  forma” 4.  Se
      ve,  pues,  lo  que  los  griegos  querían  decir  proclamando  su  devoción  a  la
      ελευθερία y  la παρρησία,  o  sea,  la  libertad  y,  sobre  todo,  la  libertad  de
      palabra.  La  mayoría  de  los  países,  cuando  claman  por  la  libertad,  lo
      que  realmente  quieren  es  tener  las  manos  libres  para  obligar  a  otras
      gentes;  pero,  durante  toda  la  época  clásica,  salvo  contadas  except
      ciones,  los  griegos  permitieron  efectivamente  que  la  gente  se  expresara
      según  sus  convicciones,  sin  imponerles  sanciones  ni  censuras.  Ninguna
      otra  nación  empeñada  en  una  guerra  grave  ha  consentido  que  los  con­
      trarios  a  la  contienda  hablen  en  público  con  la  libertad  con  que  pudo
      hablar  Aristófanes.  En  cambio,  a  la  existencia  de  esa  libertad  se  debe
      el  que  los  autores  griegos  recalquen  tanto  la  necesidad  de  orden,
      cosmos,  de  metron  o  mesura  en  todas  las  cosas,  de  sophrosynê,  o  esa
      cualidad  que  traducimos  por  “ templanza” ,  pero  que,  al  parecer,  sig­
      nifica  el  temple  que  salva  en  coyunturas  peligrosas.  Si  todos  gozamos
      de  libertad  de  pensamiento  y  de  palabra  es  evidente  que  debemos
      tener  presente  el  sentido  de  la  proporción,  no  hacer  “ nada  en  ex-
      ceso” ,  pensar  las  ideas  que  salvan.  Bajo  un  régimen  despótico  no
      había  necesidad  de  tales  admoniciones.
         Y    podemos  ir  más  allá.  Esta  buena  disposición  a  dejar  hablar  a
      “los  demás"  fue  convirtiéndose  de  cuestión  de  principio  en  verdadera
      afición.  Se  nos  habla  mucho  del  placer  que  en  la  vida  real  causaba
      a  los  griegos  asistir  a  los  debates  o  a  los  juicios  que  se  celebraban  en
      público.  ¿Hubieran  sido  posibles  tales  debates  en  Jerusalén,  en  Men­
      tis  o  en  Babilonia?  La  literatura  griega  nos  brinda  testimonios  de  que
      existió  algo  semejante  a  una  verdadera  pasión  por  oir  a  las  dos
      partes  de  un  litigio.  En  la  llíada,  que  se  considera  el  gran  poema


        4  Cf.  infra,  ‘‘Prolegómenos  al  estudio  de  la  filosofía  antigua” ,  pág.  78.
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