Page 181 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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COMIENZOS  DE  LA  GRAMÁTICA           185


      mal,  tiene  que  haber  algo  de  Φύσις  tras  la  simple  convención.  Inde­
      pendientemente  de  que  en  un  principio  los  dioses  dieran  nombre  a
      las  cosas  y  enseñaran  los  nombres  a  los  hombres,  o  de  que  algún
      legislador  humano  les  pusiera  nombre,  éste  actuó  siguiendo  algún
      principio.  Este  principio  lo  encuentra  Platón  en  los  elementos  de  que
      están  hechos  los  nombres,  sean  otras  palabras  o  sílabas  significativas
      o,  en  última  instancia,  determinadas  στοιχεία  o  elementos  de  sonido,
      que  identifica  con  las  letras,  con  sus  sugerencias  fonéticas.  Por  ejem­
      plo,  la  erre  sugiere  movimiento  rápido  o  violencia,  como  en  ρήγμα,
      θραύω,  ροή, τρομος, τρέχω,  κρούω,  έρείκω, θρόπτω.  En  esto  hay  algo  de
      verdad,  dentro  de  sus  límites,  pero  en  la  práctica  no  nos  lleva  muy
      lejos.  El  referido  diálogo,  pese  a  toda  su  agudeza  en  conjunto,  me
      parece  a  mí  — aunque  hablo  con  deferencia  a  más  altas  autoridades—
      que  pone  de  manifiesto  un  fatal  punto  flaco  en  el  pensamiento  de
      Platón.  El  mal  está  en  que  insinúa  que,  como  el  lenguaje  ha  sido
      destinado  por  el  legislador  o  por  el  dios  a  indicar  la  verdadera  physis
      o  ousia  de  los  objetos  nombrados,  de  ello  se  infiere  que  si  nos  con­
      centramos  lo  bastante  pensando  en  los  nombres  descubriremos  la
      naturaleza  o  esencia  de  las  cosas.  Esto  no  sólo  es,  a  mi  modo  de  ver,
      un  error  como  cualquier  otro,  sino  que  es  un  error  que  a  veces  ha
      obrado  de  veneno  en  el  espíritu  humano  y  al  cual  se  debe  no  poca
      superstición  pueril  en  la  filosofía  griega  posterior.  En  los  asuntos
      públicos  hizo  creer  a  la  gente  que  Dios,  que  había  dado  el  nombre  de
      Πέρσαι  a  un  cierto  pueblo  y  el  de  'Ρώμη  a  una  determinada  ciudad,
      había  destinado  el  primero  a  “ destruir”  (πέρσαι) la  Hélade  y  la  segunda
      a  ser  la  encarnación  misma  de  la  “ fuerza” .  En  filosofía  los  dejó  na­
      dando  en  alegorías  y  falsas  etimologías  en  vez  de  tratar  de  averiguar
      hechos.
         Sea  como  fuere,  el  pensamiento  griego  tardío  y  el  de  los  primeros
      cristianos  se  embriagó  de  etimologías  místicas :  Zeus  era  aquel  “por
      el  que  todas  las  cosas  son” ,  la  Primera  Causa,  porque  su  acusativo
      era  como  la  preposición διά,  por,  a  través  de;  Hera  era  αήρ,  cosa  que
      resulta  clara  si  se  repite  su  nombre  constantemente  ηραηραηραηραηρ,
      y  así  sucesivamente,  del  mismo  modo  que  Έλένα  se  llamaba  así  por­
      que  era  por  naturaleza  έλέναος  o  en  dórico  έλένας.
         Es  un  proceder  sorprendente,  pero  no  absolutamente  ilógico  el
      que  estos  etimólogos  místicos  transporten  sus  etyma  o  “ verdaderos
      significados”  a  otras  lenguas  atravesando  las  fronteras  del  griego.
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