Page 205 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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general era, como antes insinué, el engorro de los informadores. Aun-
que no tenían automóviles ni había oscurecimientos, parece que se
daban innumerables maneras de infringir pequeñas disposiciones ha
ciendo que le multaran a uno. Y huelga decir que hubo también la
evacuación de los lugares de peligro y la pavorosa aglomeración en la
ciudad de Atenas, con refugiados que acampaban en el más pequeño
trozo de terreno al aire libre y que dormían en todas las cuevas o
cabañas o garitas de centinela o bodegas. Las autoridades temían que
provocaría una epidemia, y claro que la provocó: produjo la gran
peste, y he de confesar que a este respecto no encuentro ningún
chiste en la comedia.
Aristófanes era adversario audaz y decidido de la guerra. Es
asombroso que se atreviera a hablar en contra de ella con tanta
libertad, y todavía más que, con excepción de un encontronazo vio
lento con Cleón, se lo permitieran. Al hombre normal, la guerra le
inspira, creo yo, sentimientos encontrados: odia la guerra, pero ad
mira al soldado. Es insensato y brutal que los hombres gasten todas
sus fuerzas en matarse y hacerse daño unos a los otros, pero es algo
espléndido arrostrar heridas y la muerte por el propio país. Los
griegos sentían sin duda las dos cosas. Eran indudablemente muy
buenos soldados. No sin motivo “Maratón se ha convertido en pala
bra mágica” , y las Termopilas, la batalla perdida, en un concepto de
magia más intensa todavía. Más adelante, los griegos fueron lo más
granado de los mercenarios profesionales del Mediterráneo. Luchaban
como luchan ahora sus descendientes, con la misma destreza y con
el mismo heroísmo. En este aspecto también presentan semejanza los
atenienses con nuestras democracias occidentales modernas. Los pue
blos salvajes a menudo combaten bien, como los maories y los zulúes
y, desde luego, los nazis, que se hacen salvajes a propósito. Pero a
los salvajes les gusta la guerra y viven para ella, como los espar
tanos. Los griegos en conjunto honraban al soldado, pero odiaban la
guerra. Amaban la belleza y la libertad y el saber y el eterno esfuerzo
por construir “ una vida buena” , y la guerra es la negación de todas
estas cosas. Hasta en Homero, Ares, el dios de la guerra, es odiado
y despreciado por el resto de los olímpicos; es el único que tiene
algo de cobarde y de bravucón. El más antiguo de los tres trágicos,
Esquilo, que luchó en Maratón, había visto con sus propios ojos
algunas conquistas salvajes y eleva el siguiente ruego : “ ¡Que nunca