Page 221 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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LETRAS  HUMANAS  Y  CIVILIZACIÓN         225

      estilo  de  Longino  o  Dionisio  de  Halicarnaso,  simplemente  como  “ idio­
      ma”  o  como  bellas  letras  y  nada  más.
         Recuerdo  que  me  aburrían  lo  suyo  varios  oradores  griegos  e  in­
      cluso  Demóstenes,  porque  no  sé  cómo  se  me  hizo  considerarlo  pura
      y  simple  oratoria.  Ahora  bien,  si  se  trataba  de  eso,  entonces  yo
      exigía  retórica,  párrafos  brillantes,  sentimiento  o  invectivas,  las  cosas
      que  se  encuentran  en  Burke  o  en  Cicerón,  lo  que  los  griegos  llamaban
      επιδεικτικός  λο'γος.  Lo  que  yo  quería  era  cosas  como:  “ Contempsi
      Catilinae  gladios:  haud  pertimescam  tuos.”  O  bien:  “ En  los  tene­
      brosos  entresijos  de  un  alma  capaz  de  tales  cosas  resolvió  convertir
      todo  el  Carnatic  en  monumento  eterno  de  venganza...”   Y   la  verdad
      es  que  casi  nunca  se  encontraban.  Incluso  el  magnífico  final  de  De
      Corona  no  está  del  todo  en  ese  estilo.  Los  discursos  públicos  de
     Demóstenes  no  son  epidicticos;  son  συμβουλευτικοί  λόγοι,  discursos
      de  buenos  consejos,  cuyo  efecto  dependía  sin  duda  en  parte  de  la
     forma,  pero  cuyo  valor  estribaba  principalmente  en  el  valor  del  con­
      sejo  que  daban.  La  diferencia  es  fundamental.  El  discurso  epi­
      dictico  es  un  esfuerzo  puramente  artístico;  su  objeto  es  impresionar,
      entretener,  interesar.  Es  lo  que  Tucídides  llamaría  αγώνισμα  ες  τό
      παραχρήμα.  La  segunda  Filípica  de  Cicerón  puede  leerse  con  gusto
      como  simple  epideixis;  es  una  espléndida  invectiva,  que  nunca  se
      pronunció  en  realidad.  Las  Filípicas  de  Demóstenes  sólo  empiezan  a
      ponerse  interesantes  cuando  se  comprende  el  problema  político  de
      que  tratan,  cuando  se  sabe  en  qué  consistía  la  crisis,  qué  es  lo  que
      estaba  en  juego  y  qué  líneas  de  conducta  eran  posibles.  Se  puede
      muy  bien  admirar  la  claridad  y  sencillez  de  la  forma,  pero  si  se
      quiere  llegar  a  comprenderla  hay  que  leerlo  atendiendo  a  su  conte­
      nido,  a  su  fondo.
         La  misma  idea  se  aplica  incluso  a  la  poesía.  Pongamos  por  caso
      el  final  de  la  primera  Geórgica:  el  relato  del  asesinato  de  César,  la
      maldad  de  la  acción,  las  consiguientes  guerras  y  desórdenes,  los  pro­
      digios  y  milagros  y,  a  lo  que  parecía,  el  juicio  de  Dios :

              Ergo  inter  sese  paribus  concurrere  telis
              Romanas  acies  iterum  videre  Philippi,
              Nec  fuit  indignum  superis,  bis  sanguine  nostro
              Emathiam  et  latos  Haemi  pinguescere  campos.,.
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