Page 68 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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      un  vaso,  pintándolo  luego  con  lo  que  su  imaginación  le  sugería,  lo
      que  hacía  era  plasmar  línea  tras  línea  una  expresión  de  sí  mismo  y
      de  su  época.  Las  sacerdotisas  de  la  Acrópolis  o  del  Templo  de  Zeus
      en  Olimpia  representan  un  estadio  más  grande  en  la  Aventura  del
      Hombre  que  la  mayoría  de  las  grandes  guerras.  El  que  tantos  y
      cüantos  centenares  de  miles  de  personas  entablaran  una  lucha  y  que
      un  bando  venciera  al  otro  bando  no  nos  dice  gran  cosa  acerca  de  la
      calidad  de  la  vida  humana  que  en  tal  época  se  vivió í  el  hecho  de
      que  un  hombre  en  un  determinado  momento  y  lugar  concibiera  y
      modelara  tales  figuras  sí  nos  revela  la  esencia  misma  de  lo  que  que­
      remos  saber.
         Y    después,  el  idioma.  Una  lengua  constituye  el  precipitado,  de
      una  sutileza  intensa  y  quizá  no  susceptible  de  análisis,  de  la  expe­
      riencia  de  la  raza  que  la  ha  creado.  ¿Cómo  es  que  los  griegos  con­
      servaron  un  aoristo  y  un  rico  sistema  de  participios?  O,  por  otra
      parte,  ¿a  qué  se  debe  que.  los  griegos  crearan  una  lengua  de  tan
     asombrosa  capacidad  para  expresar  las  diversas  necesidades  de  la
     mente  humana:  la  precisión  en  la  prosa,  la  magia  y  apasionamiento
     de  la  poesía,  la  fusión  de  la  exactitud  con  el  vasto  planteamiento
     de  interrogantes  que  constituye  la  filosofía,  el  humorismo  refinado  o
     grosero  que  mueve  a  risa  a  los  hombres  de  dos  mil  años  después?
      ¿Cabe  penetrar  merced  a  qué  esfuerzos  o  azares  ocurrió  tal  cosa  o
     qué  fenómenos  del  lenguaje  han  conducido  a  esta  extraña  capacidad?
     Una  cosa  parece  clara,  y  es  que  ello  depende  de  una  riqueza  de  in­
     flexiones  que  permite  al  que  habla  variar  mucho  el  orden  de  las
     palabras  en  la  frase,  con  lo  que  se  le  brinda  una  riquísima  gama  de
     posibilidades  de  énfasis  y  sugerencia  hasta  un  punto  que  está  vedado
     a  las  lenguas  sin  flexión.
        Y,  por  último,  como  el  arte,  pero  más  rica  aún  de  sentido  y  tal
     vez  más  fácil  de  descifrar,  es  la  literatura  misma.  No  me  refiero  a  lo
     que  el  escritor  dice  a  sabiendas,  sino  a  la  forma  en  que  inconscien­
     temente  lo  dice  o  al  grado  de  belleza  a  que  lo  eleva.  Por  ejemplo,
     Esquilo  dice  en  el  Agamenón  que  él  se  distingue  de  los  demás  y
     “ piensa  por  sí  mismo” ,  por  cuanto  no  cree  que  la  divina  venganza
     se  desencadene  sobre  la  gran  prosperidad  como  tal.  Lo  que  Dios  abate
     es  la  hybñs,  no  la  simple  prosperidad.  N o  es  realmente  φθόνος  lo  que
     obra,  sino  la  δίκη.  Éste  es  un  punto  de  un  cierto  interés  histórico
     secundario,  pero  no  es  de  la  índole  a  que  antes  me  he  referido.  Tam-
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