Page 243 - Orgullo y prejuicio
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Gardiner,  que  no  era  amiga  de  caminar,  no  quiso  seguir  adelante  y  sólo

                pensó en volver al coche lo antes posible. Su sobrina se vio obligada a ceder
                y emprendieron el regreso hacia la casa por el lado opuesto al arroyo y por
                el camino más corto. Pero andaban muy despacio porque el señor Gardiner

                era aficionado a la pesca, aunque pocas veces podía dedicarse a ella, y se
                distraía cada poco acechando la aparición de alguna trucha y comentándolo

                con el jardinero. Mientras seguían su lenta marcha, fueron sorprendidos de
                nuevo; y esta vez el asombro de Elizabeth fue tan grande como la anterior

                al  ver  a  Darcy  encaminándose  hacia  ellos  y  a  corta  distancia.  Como  el
                camino no quedaba tan oculto como el del otro lado, se vieron desde lejos.

                Por  lo  tanto,  Elizabeth  estaba  más  prevenida  y  resolvió  demostrar
                tranquilidad  en  su  aspecto  y  en  sus  palabras  si  realmente  Darcy  tenía
                intención de abordarles. Hubo un momento en que creyó firmemente que

                Darcy iba a tomar otro sendero, y su convicción duró mientras un recodo
                del camino le ocultaba, pero pasado el recodo, Darcy apareció ante ellos. A

                la primera mirada notó que seguía tan cortés como hacía un momento, y
                para imitar su buena educación comenzó a admirar la belleza del lugar; pero

                no  acababa  de  decir  «delicioso»  y  «encantador»,  cuando  pensó  que  el
                elogiar Pemberley podría ser mal interpretado. Cambió de color y no dijo

                más.
                     La  señora  Gardiner  venía  un  poco  más  atrás  y  Darcy  aprovechó  el
                silencio  de  Elizabeth  para  que  le  hiciese  el  honor  de  presentarle  a  sus

                amigos.  Elizabeth  no  estaba  preparada  para  este  rasgo  de  cortesía,  y  no
                pudo  evitar  una  sonrisa  al  ver  que  pretendía  conocer  a  una  de  aquellas

                personas contra las que su orgullo se había rebelado al declarársele. «¿Cuál
                será  su  sorpresa  ––pensó––  cuando  sepa  quiénes  son?  Se  figura  que  son

                gente de alcurnia.»
                     Hizo  la  presentación  al  punto  y,  al  mencionar  el  parentesco,  miró

                rápidamente a Darcy para ver el efecto que le hacía y esperó que huiría a
                toda  prisa  de  semejante  compañía.  Fue  evidente  que  Darcy  se  quedó
                sorprendido, pero se sobrepuso y en lugar de seguir su camino retrocedió

                con todos ellos y se puso a conversar con el señor Gardiner. Elizabeth no
                pudo menos que sentirse satisfecha y triunfante. Era consolador que Darcy
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