Page 265 - Orgullo y prejuicio
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terminado  ante  aquella  prueba  de  la  indignidad  de  su  familia  y  ante  la

                certeza de tan profunda desgracia. Ni le extrañaba ni podía culparle. Pero la
                creencia de que Darcy se había recobrado, no consoló su dolor ni atenuó su
                desesperación. Al contrario, sirvió para que la joven se diese cuenta de sus

                propios  sentimientos,  y  nunca  sintió  tan  sinceramente  como  en  aquel
                momento que podía haberle amado, cuando ya todo amor era imposible.

                     Pero  ni  esta  consideración  logró  distraerla.  No  pudo  apartar  de  su
                pensamiento a Lydia, ni la humillación y el infortunio en que a todos les

                había sumido. Se cubrió el rostro con un pañuelo y olvidó todo lo demás.
                Después  de  un  silencio  de  varios  minutos,  oyó  la  voz  de  Darcy  que  de

                manera compasiva, aunque reservada, le decía:
                     ––Me  temo  que  desea  que  me  vaya,  y  no  hay  nada  que  disculpe  mi
                presencia;  pero  me  ha  movido  un  verdadero  aunque  inútil  interés.  ¡Ojalá

                pudiese decirle o hacer algo que la consolase en semejante desgracia! Pero
                no  quiero  atormentarla  con  vanos  deseos  que  parecerían  formulados  sólo

                para que me diese usted las gracias. Creo que este desdichado asunto va a
                privar a mi hermana del gusto de verla a usted hoy en Pemberley.

                     ––¡Oh, sí! Tenga la bondad de excusarnos ante la señorita Darcy. Dígale
                que  cosas  urgentes  nos  reclaman  en  casa  sin  demora.  Ocúltele  la  triste

                verdad, aunque ya sé que no va a serle muy fácil.
                     Darcy le prometió ser discreto, se condolió de nuevo por la desgracia, le
                deseó  que  el  asunto  no  acabase  tan  mal  como  podía  esperarse  y

                encargándole que saludase a sus parientes se despidió sólo con una mirada,
                muy serio.

                     Cuando Darcy salió de la habitación, Elizabeth comprendió cuán poco
                probable  era  que  volviesen  a  verse  con  la  cordialidad  que  había

                caracterizado sus encuentros en Derbyshire. Rememoró la historia de sus
                relaciones con Darcy, tan llena de contradicciones y de cambios, y apreció

                la perversidad de los sentimientos que ahora le hacían desear que aquellas
                relaciones  continuasen,  cuando  antes  le  habían  hecho  alegrarse  de  que
                terminaran.

                     Si  la  gratitud  o  la  estima  son  buenas  bases  para  el  afecto,  la
                transformación de los sentimientos de Elizabeth no parecerá improbable ni
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