Page 268 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XLII
He estado pensándolo otra vez, Elizabeth ––le dijo su tío cuando salían
de la ciudad––, y finalmente, después de serias consideraciones, me siento
inclinado a adoptar el parecer de tu hermana mayor. Me parece poco
probable que Wickham quiera hacer daño a una muchacha que no carece de
protección ni de amigos y que estaba viviendo con la familia Forster. No iba
a suponer que los amigos de la chica se quedarían con los brazos cruzados,
ni que él volvería a ser admitido en el regimiento tras tamaña ofensa a su
coronel. La tentación no es proporcional al riesgo.
––¿Lo crees así de veras? ––preguntó Elizabeth animándose por un
momento.
––Yo también empiezo a ser de la opinión de tu tío ––dijo la señora
Gardiner––. Es una violación demasiado grande de la decencia, del honor y
del propio interés, para haber obrado tan a la ligera. No puedo admitir que
Wickham sea tan insensato. Y tú misma, Elizabeth, ¿le tienes en tan mal
concepto para creerle capaz de una locura semejante?
––No lo creo capaz de olvidar su propia conveniencia, pero sí de olvidar
todo lo que no se refiera a ello. ¡Ojalá fuese como vosotros decís! Yo no me
atrevo a esperarlo. Y si no, ¿por qué no han ido a Escocia?
––En primer lugar ––contestó el señor Gardiner––, no hay pruebas de
que no hayan ido.
––¿Qué mejor prueba que el haber dejado la silla de postas y haber
tomado un coche de alquiler? Además, no pasaron por el camino de Barnet.