Page 266 - Orgullo y prejuicio
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condenable. Pero si no es así, si el interés que nace de esto es menos natural
y razonable que el que brota espontáneamente, como a menudo se describe,
del primer encuentro y antes de haber cambiado dos palabras con el objeto
de dicho interés, no podrá decirse en defensa de Elizabeth más que una
cosa: que ensayó con Wickham este sistema y que los malos resultados que
le dio la autorizaban quizás a inclinarse por el otro método, aunque fuese
menos apasionante. Sea como sea, vio salir a Darcy con gran pesar, y este
primer ejemplo de las desgracias que podía ocasionar la infamia de Lydia
aumentó la angustia que le causaba el pensar en aquel desastroso asunto.
En cuanto leyó la segunda carta de Jane, no creyó que Wickham
quisiese casarse con Lydia. Nadie más que Jane podía tener aquella
esperanza. La sorpresa era el último de sus sentimientos. Al leer la primera
carta se asombró de que Wickham fuera a casarse con una muchacha que no
era un buen partido y no entendía cómo Lydia había podido atraerle. Pero
ahora lo veía todo claro. Lydia era bonita, y aunque no suponía que se
hubiese comprometido a fugarse sin ninguna intención de matrimonio,
Elizabeth sabía que ni su virtud ni su buen juicio podían preservarla de caer
como presa fácil.
Mientras el regimiento estuvo en Hertfordshire, jamás notó que Lydia se
sintiese atraída por Wickham; pero estaba convencida de que sólo
necesitaba que le hicieran un poco de caso para enamorarse de cualquiera.
Tan pronto le gustaba un oficial como otro, según las atenciones que éstos
le dedicaban. Siempre había mariposeado, sin ningún objeto fijo. ¡Cómo
pagaban ahora el abandono y la indulgencia en que habían criado a aquella
niña!
No veía la hora de estar en casa para ver, oír y estar allí, y compartir con
Jane los cuidados que requería aquella familia tan trastornada, con el padre
ausente y la madre incapaz de ningún esfuerzo y a la que había que atender
constantemente. Aunque estaba casi convencida de que no se podría hacer
nada por Lydia, la ayuda de su tío le parecía de máxima importancia, por lo
que hasta que le vio entrar en la habitación padeció el suplicio de una
impaciente espera. Los señores Gardiner regresaron presurosos y
alarmados, creyendo, por lo que le había contado el criado, que su sobrina