Page 267 - Orgullo y prejuicio
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se había puesto enferma repentinamente. Elizabeth les tranquilizó sobre este

                punto y les comunicó en seguida la–– causa de su llamada leyéndoles las
                dos  cartas  e  insistiendo  en  la  posdata  con  trémula  energía.  Aunque  los
                señores Gardiner nunca habían querido mucho a Lydia, la noticia les afectó

                profundamente.  La  desgracia  alcanzaba  no  sólo  a  Lydia,  sino  a  todos.
                Después de las primeras exclamaciones de sorpresa y de horror, el señor

                Gardiner  ofreció  toda  la  ayuda  que  estuviese  en  su  mano.  Elizabeth  no
                esperaba menos y les dio las gracias con lágrimas en los ojos. Movidos los

                tres por un mismo espíritu dispusieron todo para el viaje rápidamente.
                     ––¿Y qué haremos con Pemberley? ––preguntó la señora Gardiner––.

                John  nos  ha  dicho  que  el  señor  Darcy  estaba  aquí  cuando  le  mandaste  a
                buscarnos. ¿Es cierto?
                     ––Sí;  le  dije  que  no  estábamos  en  disposición  de  cumplir  nuestro

                compromiso.  Eso  ya  está  arreglado.  ––Eso  ya  está  arreglado  ––repitió  la
                señora Gardiner mientras corría al otro cuarto a prepararse–. ¿Están en tan

                estrechas  relaciones  como  para  haberle  revelado  la  verdad?  ¡Cómo  me
                gustaría descubrir lo que ha pasado!

                     Pero su curiosidad era inútil. A lo sumo le sirvió para entretenerse en la
                prisa y la confusión de la hora siguiente. Si Elizabeth se  hubiese podido

                estar con los brazos cruzados, habría creído que una desdichada como ella
                era  incapaz  de  cualquier  trabajo,  pero  estaba  tan  ocupada  como  su  tía  y,
                para colmo, había que escribir tarjetas a todos los amigos de Lambton para

                explicarles con falsas excusas su repentina marcha. En una hora estuvo todo
                despachado. El señor Gardiner liquidó mientras tanto la cuenta de la fonda

                y ya no faltó más que partir. Después de la tristeza de la mañana, Elizabeth
                se encontró en menos tiempo del que había supuesto sentada en el coche y

                caminó de Longbourn.
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