Page 271 - Orgullo y prejuicio
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––Ni la más mínima. No recuerdo haber notado ninguna señal de afecto

                ni por parte del uno ni por parte del otro. Si hubiese habido algo, ¡buena es
                mi familia para que les pasara inadvertido! Cuando Wickham entró en el
                Cuerpo, a Lydia le gustó mucho, pero no más que a todas nosotras. Todas

                las  chicas  de  Meryton  y  de  los  alrededores  perdieron  la  cabeza  por  él
                durante los dos  primeros meses, pero él nunca hizo a Lydia ningún caso

                especial, por lo que después de un período de admiración extravagante y
                desenfrenada, dejó de acordarse de él y se dedicó a otros oficiales que le

                prestaban mayor atención.
                     Aunque pocas cosas nuevas podían añadir a sus temores, esperanzas y

                conjeturas sobre tan interesante asunto, los viajeros lo debatieron durante
                todo el camino. Elizabeth no podía pensar en otra cosa. La más punzante de
                todas las angustias, el reproche a sí misma, le impedía encontrar el menor

                intervalo de alivio o de olvido.
                     Anduvieron  lo  más  de  prisa  que  pudieron,  pasaron  la  noche  en  una

                posada,  y  llegaron  a  Longbourn  al  día  siguiente,  a  la  hora  de  comer.  El
                único  consuelo  de  Elizabeth  fue  que  no  habría  hecho  esperar  a  Jane

                demasiado.
                     Los pequeños Gardiner, atraídos al ver un carruaje, esperaban de pie en

                las  escaleras  de  la  casa  mientras  éste  atravesaba  el  camino  de  entrada.
                Cuando el coche paró en la puerta, la alegre sorpresa que brillaba en sus
                rostros y retozaba por todo su cuerpo haciéndoles dar saltos, fue el preludio

                de su bienvenida.
                     Elizabeth les dio un beso a cada uno y corrió al vestíbulo, en donde se

                encontró con Jane que bajaba a toda prisa de la habitación de su madre.
                     Se abrazaron con efusión, con los ojos llenos de lágrimas, y Elizabeth

                preguntó sin perder un segundo si se había sabido algo de los fugitivos.
                     ––Todavía no ––respondió Jane––, pero ahora que ya ha llegado nuestro

                querido tío, espero que todo vaya bien.
                     ––¿Está papá en la capital?
                     ––Sí, se fue el martes, como te escribí.

                     ––¿Y qué noticias habéis tenido de él?
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