Page 273 - Orgullo y prejuicio
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Wickham dondequiera que le encuentre, y como morirá en el lance, ¿qué va

                a ser de nosotras?. Los Collins nos echarán de aquí antes de que él esté frío
                en su tumba, y si tú, hermano mío, no nos asistes, no sé qué haremos.
                     Todos  protestaron  contra  tan  terroríficas  ideas.  El  señor  Gardiner  le

                aseguró que no les faltaría su amparo y dijo que pensaba estar en Londres al
                día  siguiente  para  ayudar  al  señor  Bennet  con  todo  su  esfuerzo  para

                encontrar a Lydia.
                     ––No os alarméis inútilmente ––añadió––; aunque bien está prepararse

                para lo peor, tampoco debe darse por seguro. Todavía no hace una semana
                que salieron de Brighton. En pocos días más averiguaremos algo; y hasta

                que  no  sepamos  que  no  están  casados  y  que  no  tienen  intenciones  de
                estarlo,  no  demos  el  asunto  por  perdido.  En  cuanto  llegue  a  Londres
                recogeré  a  mi  hermano  y  me  lo  llevaré  a  Gracechurch  Street;  juntos

                deliberaremos lo que haya que hacer.
                     ––¡Oh,  querido  hermano  mío!  exclamó  la  señora  Bennet––,  ése  es

                justamente  mi  mayor  deseo.  Cuando  llegues  a  Londres,  encuéntralos
                dondequiera  que  estén,  y  si  no  están  casados,  haz  que  se  casen.  No  les

                permitas que demoren la boda por el traje de novia, dile a Lydia que tendrá
                todo el dinero que quiera para comprárselo después. Y sobre todo, impide

                que Bennet se bata en duelo con Wickham. Dile en el horrible estado en que
                me  encuentro:  destrozada,  trastornada,  con  tal  temblor  y  agitación,  tales
                convulsiones en el costado, tales dolores de cabeza y tales palpitaciones que

                no puedo reposar ni de día ni de noche. Y dile a mi querida Lydia que no
                encargue sus trajes hasta que me haya visto, pues ella no sabe cuáles son los

                mejores almacenes. ¡Oh, hermano! ¡Qué bueno eres! Sé que tú lo arreglarás
                todo.

                     El  señor  Gardiner  le  repitió  que  haría  todo  lo  que  pudiera  y  le
                recomendó que moderase sus esperanzas y sus temores. Conversó con ella

                de  este  modo  hasta  que  la  comida  estuvo  en  la  mesa,  y  la  dejó  que  se
                desahogase con el ama de llaves que la asistía en ausencia de sus hijas.
                     Aunque su hermano y su cuñada estaban convencidos de que no había

                motivo para que no bajara a comer, no se atrevieron a pedirle que se sentara
                con ellos a la mesa, porque temían su imprudencia delante de los criados y
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