Page 74 - Orgullo y prejuicio
P. 74
excelente, ya que era legítimo, muy apropiado, a la par que muy generoso y
desinteresado por su parte.
Su plan no varió en nada al verlas. El rostro encantador de Jane le
confirmó sus propósitos y corroboró todas sus estrictas nociones sobre la
preferencia que debe darse a las hijas mayores; y así, durante la primera
velada, se decidió definitivamente por ella. Sin embargo, a la mañana
siguiente tuvo que hacer una alteración; pues antes del desayuno, mantuvo
una conversación de un cuarto de hora con la señora Bennet. Empezaron
hablando de su casa parroquial, lo que le llevó, naturalmente, a confesar sus
esperanzas de que pudiera encontrar en Longbourn a la que había de ser
señora de la misma. Entre complacientes sonrisas y generales estímulos, la
señora Bennet le hizo una advertencia sobre Jane: «En cuanto a las hijas
menores, no era ella quien debía argumentarlo; no podía contestar
positivamente, aunque no sabía que nadie les hubiese hecho proposiciones;
pero en lo referente a Jane, debía prevenirle, aunque, al fin y al cabo, era
cosa que sólo a ella le incumbía, de que posiblemente no tardaría en
comprometerse.»
Collins sólo tenía que sustituir a Jane por Elizabeth; y, espoleado por la
señora Bennet, hizo el cambio rápidamente. Elizabeth, que seguía a Jane en
edad y en belleza, fue la nueva candidata.
La señora Bennet se dio por enterada, y confiaba en que pronto tendría
dos hijas casadas. El hombre de quien el día antes no quería ni oír hablar, se
convirtió de pronto en el objeto de su más alta estimación.
El proyecto de Lydia de ir a Meryton seguía en pie. Todas las hermanas,
menos Mary, accedieron a ir con ella. El señor Collins iba a acompañarlas a
petición del señor Bennet, que tenía ganas de deshacerse de su pariente y
tener la biblioteca sólo para él; pues allí le había seguido el señor Collins
después del desayuno y allí continuaría, aparentemente ocupado con uno de
los mayores folios de la colección, aunque, en realidad, hablando sin cesar
al señor Bennet de su casa y de su jardín de Hunsford. Tales cosas le
descomponían enormemente. La biblioteca era para él el sitio donde sabía
que podía disfrutar de su tiempo libre con tranquilidad. Estaba dispuesto,
como le dijo a Elizabeth, a soportar la estupidez y el engreimiento en