Page 76 - Orgullo y prejuicio
P. 76
saber cómo se encontraba; Darcy lo corroboró con una inclinación; y estaba
procurando no fijar su mirada en Elizabeth, cuando, de repente, se quedaron
paralizados al ver al forastero. A Elizabeth, que vio el semblante de ambos
al mirarse, le sorprendió mucho el efecto que les había causado el
encuentro. Los dos cambiaron de calor, uno se puso pálido y el otro
colorado. Después de una pequeña vacilación, Wickham se llevó la mano al
sombrero, a cuyo saludo se dignó corresponder Darcy. ¿Qué podría
significar aquello? Era imposible imaginarlo, pero era también imposible no
sentir una gran curiosidad por saberlo.
Un momento después, Bingley, que pareció no haberse enterado de lo
ocurrido, se despidió y siguió adelante con su amigo.
Denny y Wickham continuaron paseando con las muchachas hasta
llegar a la puerta de la casa del señor Philips, donde hicieron las
correspondientes reverencias y se fueron a pesar de los insistentes ruegos de
Lydia para que entrasen y a pesar también de que la señora Philips abrió la
ventana del vestíbulo y se asomó para secundar a voces la invitación.
La señora Philips siempre se alegraba de ver a sus sobrinas. Las dos
mayores fueron especialmente bien recibidas debido a su reciente ausencia.
Les expresó su sorpresa por el rápido regreso a casa, del que nada habría
sabido, puesto que no volvieron en su propio coche, a no haberse dado la
casualidad de encontrarse con el mancebo del doctor Jones, quien le dijo
que ya no tenía que mandar más medicinas a Netherfield porque las
señoritas Bennet se habían ido. Entonces Jane le presentó al señor Collins a
quien dedicó toda su atención. Le acogió con la más exquisita cortesía, a la
que Collins correspondió con más finura aún, disculpándose por haberse
presentado en su casa sin que ella hubiese sido advertida previamente,
aunque él se sentía orgulloso de que fuese el parentesco con sus sobrinas lo
que justificaba dicha intromisión. La señora Philips se quedó totalmente
abrumada con tal exceso de buena educación. Pero pronto tuvo que dejar de
lado a este forastero, por las exclamaciones y preguntas relativas al otro. La
señora Philips no podía decir a sus sobrinas más de lo que ya sabían: que el
señor Denny lo había traído de Londres y que se iba a quedar en la
guarnición del condado con el grado de teniente. Agregó que lo había