Page 79 - Orgullo y prejuicio
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le iba explicando, y ya estaba pensando en contárselo todo a sus vecinas
cuanto antes. A las muchachas, que no podían soportar a su primo, y que no
tenían otra cosa que hacer que desear tener a mano un instrumento de
música y examinar las imitaciones de china de la repisa de la chimenea, se
les estaba haciendo demasiado larga la espera. Pero por fin aparecieron los
caballeros. Cuando Wickham entró en la estancia, Elizabeth notó que ni
antes se había fijado en él ni después lo había recordado con la admiración
suficiente. Los oficiales de la guarnición del condado gozaban en general de
un prestigio extraordinario; eran muy apuestos y los mejores se hallaban
ahora en la presente reunión. Pero Wickham, por su gallardía, por su soltura
y por su airoso andar era tan superior a ellos, como ellos lo eran al
rechoncho tío Philips, que entró el último en el salón apestando a oporto.
El señor Wickham era el hombre afortunado al que se tornaban casi
todos los ojos femeninos; y Elizabeth fue la mujer afortunada a cuyo lado
decidió él tomar asiento. Wickham inició la conversación de un modo tan
agradable, a pesar de que se limitó a decir que la noche era húmeda y que
probablemente llovería mucho durante toda la estación, que Elizabeth se dio
cuenta de que los tópicos más comunes, más triviales y más manidos,
pueden resultar interesantes si se dicen con destreza.
Con unos rivales como Wickham y los demás oficiales en acaparar la
atención de las damas, Collins parecía hundirse en su insignificancia. Para
las muchachas él no representaba nada. Pero la señora Philips todavía le
escuchaba de vez en cuando y se cuidaba de que no le faltase ni café ni
pastas.
Cuando se dispusieron las mesas de juego, Collins vio una oportunidad
para devolverle sus atenciones, y se sentó a jugar con ella al whist.
––Conozco poco este juego, ahora ––le dijo––, pero me gustaría
aprenderlo mejor, debido a mi situación en la vida.
La señora Philips le agradeció su condescendencia, pero no pudo
entender aquellas razones.
Wickham no jugaba al whist y fue recibido con verdadero entusiasmo
en la otra mesa, entre Elizabeth y Lydia. Al principio pareció que había
peligro de que Lydia lo absorbiese por completo, porque le gustaba hablar