Page 75 - Orgullo y prejuicio
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cualquier otra habitación de la casa, pero en la biblioteca quería verse libre

                de  todo  eso.  Así  es  que  empleó  toda  su  cortesía  en  invitar  a  Collins  a
                acompañar  a  sus  hijas  en  su  paseo;  y  Collins,  a  quien  se  le  daba  mucho
                mejor pasear que leer, vio el cielo abierto. Cerró el libro y se fue.

                     Y  entre  pomposas  e  insulsas  frases,  por  su  parte,  y  corteses
                asentimientos, por la de sus primas, pasó el tiempo hasta llegar a Meryton.

                Desde  entonces,  las  hermanas  menores  ya  no  le  prestaron  atención.  No
                tenían  ojos  más  que  para  buscar  oficiales  por  las  calles.  Y  a  no  ser  un

                sombrero verdaderamente elegante o una muselina realmente nueva, nada
                podía distraerlas.

                     Pero la atención de todas las damiselas fue al instante acaparada por un
                joven  al  que  no  habían  visto  antes,  que  tenía  aspecto  de  ser  todo  un
                caballero, y que paseaba con un oficial por el lado opuesto de la calle. El

                oficial  era  el  señor  Denny  en  persona,  cuyo  regreso  de  Londres  había
                venido Lydia a averiguar, y que se inclinó para saludarlas al pasar. Todas se

                quedaron impresionadas con el porte del forastero y se preguntaban quién
                podría  ser.  Kitty  y  Lydia,  decididas  a  indagar,  cruzaron  la  calle  con  el

                pretexto de que querían comprar algo en la tienda de enfrente, alcanzando la
                acera con tanta fortuna que, en ese preciso momento, los dos caballeros, de

                vuelta,  llegaban  exactamente  al  mismo  sitio.  El  señor  Denny  se  dirigió
                directamente a ellas y les pidió que le permitiesen presentarles a su amigo,
                el señor Wickham, que había venido de Londres con él el día anterior, y

                había tenido la bondad de aceptar un destino en el Cuerpo. Esto ya era el
                colmo,  pues  pertenecer  al  regimiento  era  lo  único  que  le  faltaba  para

                completar  su  encanto.  Su  aspecto  decía  mucho  en  su  favor,  era  guapo  y
                esbelto,  de  trato  muy  afable.  Hecha  la  presentación,  el  señor  Wickham

                inició una conversación con mucha soltura, con la más absoluta corrección
                y sin pretensiones. Aún estaban todos allí de pie charlando agradablemente,

                cuando un ruido de caballos atrajo su atención y vieron a Darcy y a Bingley
                que, en sus cabalgaduras, venían calle abajo. Al distinguir a las jóvenes en
                el grupo, los dos caballeros fueron hacia ellas y empezaron los saludos de

                rigor.  Bingley  habló  más  que  nadie  y  Jane  era  el  objeto  principal  de  su
                conversación.  En  ese  momento,  dijo,  iban  de  camino  a  Longbourn  para
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