Page 146 - Fantasmas
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FANTASMAS



               Max  no  contestó.  Al menos,  su  padre le había  soltado.
               Pero  no  habían  caminado  diez  pasos  cuando  habló  de
          nuevo:
               —Por cierto, casi me  olvido.  No les dije adónde iba, y ten-
          go una  noticia  que les pondrá tristes  a los dos. El señor  Kutch-
          ner  vino  cuando  estaban  en  el colegio gritando:  «Doctor,  doc-
          tor, deprisa, mi mujer». En cuanto  la vi, ardiendo  de fiebre, supe
          que tenía que ir al hospital, pero,  ay, el granjero tardó demasia-
          do en acudir a mí. Cuando  la llevó hasta mi coche los intestinos
          se  le salieron  con  un  «plof». —Chasqueó  la lengua simulando
          desagrado—.  Llevaré  vuestros  trajes a la tintorería,  el funeral
          será el viernes.


                Arlene Kutchner  no fue al colegio al día siguiente.  De vuel-
          ta a casa, pasaron por delante de la suya, pero las persianas estaban
          cerradas  y el lugar tenía un  aire demasiado  silencioso.  El funeral
          sería a la mañana  siguiente, en el pueblo, y tal vez  Arlene y su pa-
          dre habían  salido ya hacia allí, donde  tenían  familia.  Cuando  los
          chicos  entraron  en su propio jardín, el Ford estaba aparcado jun-
          to a la casa  y las puertas  que daban al sótano, abiertas.
                Rudy hizo una  señal  en  dirección  al establo.  Compartían
          un  caballo,  un  viejo jamelgo  llamado  Arroz,  y hoy le tocaba  a
          Rudy limpiar el establo,  así que Max  se  dirigió solo hacia la ca-
          sa.  Estaba junto a la mesa  de la cocina  cuando  escuchó  cerrarse
          desde  fuera  las puertas  del sótano.  Poco  después  su  padre su-
          bió las escaleras  y apareció  en  la puerta  que daba  al sótano.
                —¿Estás  trabajando  en  algo ahí abajo? —preguntó  Max.
                Su padre lo miró de arriba abajo con  ojos deliberadamente
          ¡NeXpresivos.
                —Se  los desvelaré  más  tarde  —dijo,  y Max  le vio sacar
          una  llave de plata del bolsillo  de su  chaleco  y usarla para cerrar
          la puerta  del sótano.  Nunca  antes  la había usado,  y Max no  sa-
          bía siquiera que  existía  tal llave.




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