Page 143 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 143
imbécil" del que tenía noticias era Bill Denbrough, que estaba en el otro quinto
curso.
--¡No tenías por qué hacer eso! -protestó una voz débil y temerosa. Ben la
reconoció también, aunque no pudo ponerle rostro de inmediato-. ¿Por qué lo
habéis hecho?
--¡Porque sí, capullo! -bramó Henry. Se oyó un golpe sordo, seguido por un grito
de dolor y sollozos.
--Cierra el pico -dijo Victor-. Deja de llorar, quejica, o te arranco las orejas.
El llanto se convirtió en una serie de sorbidas ahogadas.
--Nos vamos -dijo Henry-, pero antes quiero saber una cosa: ¿habéis visto a un
chico gordo hace unos diez minutos? Gordo y lleno de sangre y cortes.
La respuesta fue demasiado breve para ser otra cosa que "no".
--¿Seguro? -insistió Belch-. Mejor que no mientas.
--Est-t-toy s-s-seguro -replicó Bill Denbrough.
--Vamos -dijo Henry-. Probablemente volvió por allí.
--Adiós, capullos -se despidió Victor Criss.
Más chapoteos. La voz de Belch volvió a oírse, pero más lejos. Ben no pudo
distinguir las palabras. A menos distancia, el llanto se reanudó. El otro niño
murmuraba consuelos. Ben decidió que eran sólo dos: Bill el Tartaja y el llorón.
Se quedó donde estaba, medio sentado medio tendido, oyendo a los dos niños
junto al río y los ruidos que hacían Henry y sus secuaces al alejarse por Los
Barrens. El sol le lanzaba reflejos a los ojos y destellaba en las raíces enredadas
que lo rodeaban. Allí todo estaba sucio, pero era cómodo y seguro... El ruido del
agua era tranquilizador. Hasta el llanto de aquel niño lo serenaba. Sus dolores se
habían reducido a una leve palpitación; el ruido de los gamberros se perdió por
completo. Esperaría hasta asegurarse de que no volvían y después echaría a
correr.
Ben oyó el latido de la maquinaria de drenaje que provenía de la tierra: una
vibración grave, pareja, que surgía del suelo hacia la raíz donde estaba apoyado y
de ahí a su espalda. Volvió a pensar en los Morlocks, en sus carnes desnudas.
Imaginó que su olor sería tan húmedo y putrefacto como el que brotaba de los
orificios de ventilación. Pensó en los pozos, tan hundidos en la tierra; pozos con
escalerillas herrumbradas a los costados. Dormitó y en algún momento, sus
pensamientos se convirtieron en un sueño.
11.
Pero no soñó con Morlocks, sino con lo que le había ocurrido en enero, aquello
que no se había atrevido a contar a su madre.
Fue en el primer día de clase tras las vacaciones de Navidad. La señora
Douglas había pedido un voluntario para que se quedara a ayudarla con el
recuento de libros devueltos antes de las vacaciones. Ben levantó la mano.
--Gracias, Ben -dijo la señora Douglas, premiándolo con una sonrisa fulgurante.
--Lameculos -comentó Henry Bowers por lo bajo.
Era un día de esos que, en el invierno de Maine, suelen ser los mejores y
también los peores: sin nubes, luminosos hasta hacer lagrimear, pero tan fríos que