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Derry! ¿Y si escribimos una oda a derry? ¿Al hedor de sus moliendas y sus ríos?
                ¿Al digno silencio de sus calles arboladas? ¿A la biblioteca, la torre depósito, el
                parque Bassey, la escuela primaria?
                   ¿A Los Barrens?
                   Se están encendiendo luces en su cabeza: grandes luces intermitentes. Es
                como si hubiera pasado veintisiete años sentado en un teatro a oscuras,
                esperando que pasara algo y ahora ha comenzado, por fin. Sin embargo, el
                escenario revelado, foco tras foco, no es el de una inocua comedia como Arsénico
                y encaje antiguo; en opinión de Bill Denbrough se parece más a El gabinete del
                doctor Caligari.
                   "Todos esos relatos que escribí -piensa, con una diversión estúpida-, todas esas
                novelas vinieron de Derry; Derry era la fuente. Vinieron de lo que ocurrió aquel
                verano y de lo que ocurrió a george, el otoño anterior. Tantos periodistas me
                hicieron "Esa pregunta..." Siempre les di una respuesta equivocada."
                   El codo del gordo vuelve a clavarse en él. El hombre derrama parte de su
                bebida. Bill está a punto de decirle algo, pero se arrepiente.

                   "Esa pregunta", por supuesto, era: "¿De dónde saca sus ideas?"
                Probablemente, todos los escritores de ficción tenían que responder a ella (o al
                menos, fingir que respondían) dos veces por semana, pero un tipo como él, que se
                ganaba la vida escribiendo sobre cosas que nunca existieron y jamás existirían,
                debía responder (o fingir que respondía) con mayor frecuencia.
                   "Todos los escritores tienen un pasadizo que baja al subconsciente -decía, sin
                mencionar que, a cada año incluso la existencia de ese subconsciente le parecía
                dudosa-. Pero el que escribe relatos de terror tiene un pasadizo que baja aún más,
                tal vez... Tal vez hasta el sub-subconsciente, por decirlo así."
                   Respuesta elegante, pero que nunca lo había convencido. ¿Subconsciente?
                Bueno, allá abajo había algo, sí; pero, en su opinión, la gente daba demasiada
                importancia a una función que, probablemente, era el equivalente mental del
                lagrimeo cuando entraba polvo a los ojos o de los flatos una hora después de una
                comida abundante. La segunda comparación era, quizá, la mejor, pero no era fácil
                decir a los periodistas que, para uno, cosas como los sueños, las ansias vagas y
                las sensaciones de algo ya visto se reducían a un montón de pedos mentales.
                Ellos parecían necesitar algo, todos esos periodistas con sus libretas y sus
                casetes japoneses, y Bill quería ayudarlos en lo posible. Sabía que escribir era
                trabajo duro, endemoniadamente duro. No había por qué dificultarles aún más las
                cosas.
                   Ahora piensa: "Siempre has sabido que la pregunta es errónea, aun antes de la
                llamada de Mike. La pregunta correcta es de dónde sacas las ideas, no por qué
                sacas ideas de alguna parte. Había un pasadizo, sí, pero no era la versión
                freudiana ni jungiana del subconsciente lo que salía por allí; no había tal red de
                alcantarillados de la mente ni cavernas subterráneas llenas de Morlocks. En el otro
                extremo del pasadizo no había nada, salvo Derry. Sólo Derry. Y..."
                   ... ¿y quién camina, trip-trap, por mi puente?
                   De pronto se incorpora y esta vez es su codo el que se desmanda: se hunde
                profundamente, por un instante, en el costado de su gordo compañero de asiento.
                   --Cuidado, amigo -dice el gordo-. No hay espacio, ¿entiende?
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