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--Según solía decir mi padre, Dios ama las piedras, las moscas, las hierbas y a
la gente pobre por sobre el resto de sus creaciones. Por eso hizo tantas de esas
cosas.
--Pero es como si cada año regresaran.
--Sí, tienes razón -respondió Will-. No cabe otra explicación.
Una gaviota graznó al lado del Kenduskeag en un crepúsculo oscuro que había
dado al agua un color rojo naranja intenso. Era un graznido solitario, tan solitario
que puso carne de gallina en los brazos cansados de Mike.
--Te quiero, papá -dijo súbitamente, sintiendo ese cariño con tanta intensidad
que las lágrimas le anegaron los ojos.
--Bueno, yo también te quiero, Mickey -repuso su padre y lo abrazó con fuerza.
Mike sintió la tela áspera de su camisa contra la mejilla.
--Y ahora, ¿qué te parece si volvemos a casa? Tenemos el tiempo justo para
darnos un buen baño antes de que esa buena mujer sirva la cena.
--Ayuh -asintió Mike.
--Ayuh -replicó Will Hanlon.
Y los dos rieron, cansados pero felices.
"Ya está aquí la primavera -pensó Mike esa noche, al adormilarse en su cuarto,
mientras sus padres miraban la tele en el cuarto vecino-. Ha vuelto la primavera.
Gracias, Señor, muchas gracias." Y al volverse para dormir, dejándose caer en el
sueño, oyó otra vez el grito de la gaviota. La primavera daba mucho trabajo pero
era hermosa.
Terminada la cosecha de piedras, Will dejaba el Ford A entre el pasto crecido,
detrás de la casa, y sacaba del granero el tractor. Había llegado el momento de
gradar; el padre conducía el tractor mientras Mike iba en la parte trasera, sujeto al
asiento de hierro, o caminaba a un lado recogiendo las piedras que se les pasaran
por alto para arrojarlas a un lado. Después se plantaba y finalmente venía el
trabajo del verano: azada y más azada. La madre reparaba a Larry, Moe y Curly,
los tres espantajos, mientras Mike ayudaba a su padre a hacer bramaderas para
poner sobre cada una de las cabezas rellenas de paja. Una bramadera era una
lata con ambos extremos cortados. Se ataba un trozo de cordel, bien encerado y
tenso, atravesando el centro de la lata, y cuando el viento soplaba provocaba un
sonido escalofriante, una especie de graznido. Las aves no tardaban en descubrir
que Larry, Moe y Curly no representaban amenaza alguna, pero las bramaderas
siempre las espantaban.
A partir de julio había que cosechar, además de azadonar: primero los guisantes
y los rábanos; después la lechuga y los tomates sembrados bajo el cobertizo; en
agosto el maíz y las habas; en septiembre más maíz y más habas, para terminar
con las calabazas y los calabacines. En algún momento, entre todo eso, venían
las patatas. Después, cuando los días se acortaban y el aire se enfriaba, él y su
padre guardaban las bramaderas (que desaparecerían durante el invierno,
invariablemente; siempre había que hacer nuevas al llegar la primavera). Al día
siguiente, Will llamaba a Norman Sadler (tan tonto como su hijo Moose, pero
infinitamente más bueno) y éste acudía con su máquina de cosechar patatas.
Durante las tres semanas siguientes todos trabajaban en la recolección de
patatas. Además de la familia, Will contrataba a tres o cuatro chicos de la
secundaria para que ayudaran a cambio de veinticinco centavos por saco. El Ford