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Y, sin poder contenerse, aun antes de que supiera que iba a decirlo, se encontró
                narrando la historia del leproso que había salido del sótano en Neibolt, 29. A mitad
                de la historia tuvo que usar el chisme. Y al final se echó a llorar, con su flaco
                cuerpo estremecido.
                   Todos lo miraban como si se sintieran incómodos. Por fin, Stan le apoyó una
                mano en la espalda. Bill le dio un abrazo torpe, mientras los otros apartaban la
                vista, abochornados.
                   --Es-s-s-está bien, Eddie. N-n-no imp-importa.
                   --Yo también lo vi -dijo Ben Hanscom, súbitamente, con voz áspera, asustada.
                   Eddie levantó la vista con el rostro todavía anegado en lágrimas, los ojos
                enrojecidos.
                   --¿Qué?
                   --Vi al payaso -dijo Ben-. Pero no era como tú has dicho... al menos cuando yo lo
                vi. No era viscoso. Estaba... estaba seco. -Hizo una pausa, con la cabeza gacha y
                la vista fija en sus manos sobre sus regordetes muslos-. Creo que era la momia.
                   --¿Como en las películas? -preguntó Eddie.
                   --Sí, pero no igual -aclaró Ben-. En las películas se nota el truco. Da miedo, pero
                uno se da cuenta de que es todo montaje, ¿no? Todos esos vendajes están
                demasiado bien puestos. Pero este tipo... creo que así son las momias de verdad.
                A excepción del traje.
                   --¿Q-q-qué t-tra-traje?
                   Ben miró a Eddie:
                   --Un traje plateado, con grandes botones naranja en la pechera.
                   Eddie quedó boquiabierto. Luego dijo:
                   --Si estás bromeando, dilo. Todavía... todavía sueño con ese baboso del porche.
                   --No bromeo -aseguró Ben.
                   Y comenzó a contar su historia. La contó con lentitud, comenzando con su
                ofrecimiento voluntario para ayudar a la señora Douglas con los libros y
                terminando con sus propias pesadillas. Hablaba despacio, sin mirar a los otros,
                como si estuviera avergonzado de su propia conducta. No levantó la cabeza hasta
                haber terminado.
                   --Seguramente fue un sueño -dijo Richie. Vio que Ben hacía una mueca de dolor
                y se apresuró a agregar-: No te lo tomes a mal, Big Ben, pero tienes que
                comprenderlo: los globos no pueden ir contra el viento...
                   --Las fotografías tampoco pueden hacer guiños -apuntó Ben.
                   Richie paseó su mirada entre Ben y Bill, preocupado. Acusar a Ben de soñar
                despierto era una cosa, pero acusar a Bill, otra muy distinta. Bill era el líder, el tío a
                quien todos miraban con respeto. Nadie lo expresaba en voz alta, porque no hacía
                falta. Pero Bill era el de las ideas, el que siempre tenía algo que hacer en los días
                aburridos, el que recordaba juegos olvidados por los otros. Y de algún modo,
                todos sentían algo reconfortantemente adulto en Bill, tal vez era su sentido de la
                responsabilidad. Todos presentían que Bill cogería las riendas cuando hiciera
                falta. La verdad es que Richie creía la historia de Bill, por descabellada que fuera.
                Y tal vez no quería creer en la de Ben... ni en la de Eddie.
                   --A ti nunca te pasó nada de eso, ¿eh? -le preguntó Eddie.
                   Richie hizo una pausa, comenzó a decir algo, sacudió la cabeza y se detuvo. Por
                fin dijo:
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