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Un ardor le aguijonea los ojos cortándole el aliento. Deja escapar un gritito
estrangulado. Sólo una vez sintió algo remotamente parecido a ese dolor
quemante: en la universidad, cuando una pestaña se metió bajo una de sus
lentillas, pero aquello fue en un solo ojo. Este dolor terrible es en los dos.
Antes de que pueda llevarse las manos a la cara, el dolor ha desaparecido.
Baja otra vez las manos, lenta, pensativamente y contempla la carretera 7. Ha
salido de la autopista de peaje en Etna-Haven, ya que, por algún motivo, no desea
llegar por la autopista de peaje que estaba en construcción en la zona de Derry
cuando él y sus padres se sacudieron de los zapatos el polvo de esa pequeña y
extraña ciudad para mudarse al Medio Oeste. No, la autopista de peaje habría
sido un atajo, pero también un error.
Así que había conducido por la carretera 9 cruzando el soñoliento conjunto de
viviendas que componen Heaven Village, para coger luego la carretera 7. A
medida que avanzaba, la luz del día se hacia más intensa.
Y ahora, esta señal. Es la misma clase de señal que marca los limites de
seiscientas ciudades del estado de Maine, pero ¡cómo le ha estrujado el corazón!
Condado de Penobscot. Derry. Maine.
Más allá, un letrero de los Elks, otro del Rotary Club y, para completar la trinidad,
uno que proclama:
"¡Los leones de Derry rugen por el fondo unido!" Más allá está sólo la carretera
7, que continúa en línea recta entre bosques de pinos y abetos. Bajo esa luz
silenciosa, mientras el día se va afirmando, los árboles parecen tan soñadores
como humo de cigarrillo acumulado en el aire inmóvil de una habitación cerrada.
"Derry -piensa-. Derry, Dios me ayude, Derry. Apedreemos a los cuervos."
Allí está él, en la carretera 7. Ocho kilómetros más adelante, si el tiempo o algún
tornado no se la han llevado en los años transcurridos, estará la Granja Rhulin,
donde su madre compraba los huevos y la mayor parte de las verduras para la
casa. Tres kilómetros más allá, la carretera 7 se convierte en Witcham Road y, por
supuesto, Witcham Road acaba por convertirse en Witcham Street, aleluya, amén.
Y en algún punto entre la Granja Rhulin y la ciudad, pasará ante la casa de los
Bowers y, después ante la de los Hanlon. A unos ochocientos metros de la casa
de los Hanlon vería el primer reflejo del Kenduskeag y la primera maleza
extendida de verde venenoso: las fértiles tierras bajas a las que, por algún motivo,
se llamaba Los Barrens.
"En verdad, no sé si puedo enfrentarme a todo eso -piensa Richie-. Seamos
francos: no sé si puedo."
Toda la noche anterior ha pasado, para él, en un sueño. Mientras viajaba,
dejando el camino atrás, el sueño prosiguió. Pero en ese momento se ha detenido
(es decir, el cartel lo ha detenido) y acaba de despertar a una extraña verdad: el
sueño era la realidad. Derry es la realidad.
Al parecer, no puede dejar de recordar. Piensa que sus recuerdos acabarán por
volverlo loco, por eso se muerde los labios y junta las manos apretando palma
contra palma como para no volar en pedazos. Siente que pronto volará en
pedazos, pronto. Es como si hubiera en él una parte loca que en verdad ansía lo
que puede estarle esperando. Pero la mayor parte de él sólo se pregunta cómo
sobrevivirá a los días siguientes. Él...
Y ahora sus pensamientos vuelven a romperse.