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--Lo más espantoso que he visto últimamente fue a Mark Prenderlist echándose
                una meada en el parque Mccarron. Tiene la polla más asquerosa del mundo.
                   Ben dijo:
                   --¿Y tú, Stan?
                   --No -contestó apresuradamente. Pero apartó la Vista. Su cara estaba pálida;
                sus labios, de tan apretados, habían quedado blancos.
                   --¿T-t-t-te p-pasó algo, SSt-Stan? -preguntó Bill.
                   --¡No, te digo que no!
                   Stan se puso de pie y caminó hasta la orilla con las -manos en los bolsillos, para
                mirar el curso de agua.
                   --¡Vamos, Stanley! -clamó Richie, en agudo falsete. Era otra de sus voces: la
                abuelita gruñona. Cuando hablaba como abuelita gruñona, Richie caminaba
                encorvado, con un puño a la espalda y riendo entre dientes. De cualquier modo,
                se parecía más a Richie Tozier que a otra cosa.
                   --Confiesa, Stanley, cuéntale a tu abuelita de ese payaso malo y te daré una
                pastita de chocolate. Tú cuenta...
                   --¡Cállate! -chilló Stan súbitamente, girando hacia Richie, que retrocedió atónito-.
                ¡A ver si te callas!
                   --Sí, amo -dijo Richie, y se sentó.
                   Miraba a Stan con desconfianza. Las mejillas del chico judío se habían
                encendido, pero aun así parecía más asustado que furioso.
                   --Vale ya -dijo Eddie, en voz baja-. No importa, Stan.
                   --No fue un payaso -dijo Stanley. Sus ojos los recorrieron uno a uno. Parecía
                estar debatiéndose consigo mismo.
                   --P-p-puedes c-c-contar -dijo Bill, también en voz baja-. N-n-nosotros hem-mos
                contado.
                   --No era un payaso. Era...
                   Fue entonces cuando los interrumpió la voz poderosa, enronquecida por el
                whisky, del señor Nell, que los hizo saltar como ante un disparo:
                   --¡Que me cuelguen! ¿Qué estáis haciendo? ¡Malditos críos!



                   VIII. La habitación de Georgie y la casa de Neibolt street.


                   1.

                   Richard Tozier apaga la radio que ha estado bramando Like a Virgin de
                Madonna, en Wzon (una emisora que dice ser la ¡Am estéreo rockera de Bangor!),
                sale al arcén y apaga el motor del Mustang que alquiló en Avis en el aeropuerto de
                Bangor. Baja del coche. Oye la agitación de su propia respiración. Ha visto un
                letrero que le erizó la piel de la espalda.
                   Camina hasta la parte delantera del coche y apoya una mano en el capó. Oye
                que el motor tintinea suavemente al enfriarse. Oye también el graznido breve de
                un arrendajo. Hay grillos. Eso es todo lo que hay de banda sonora.
                   Ha visto el cartel, lo deja atrás y, de pronto, está otra vez en Derry. Después de
                veinticinco años, Richie bocazas Tozier ha vuelto a la ciudad natal. Ha...
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