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Ella sonrió. Era una sonrisa que Richie nunca había visto: sabia, cínica y triste.
                El chico retrocedió ante ese poder desconocido, tal como había retrocedido ante la
                fotografía móvil.
                   --Eso es para la gente como Marcia Fadden -dijo-. Para ella, Sally Mueller y
                Greta Bowie, las que mean agua de rosas. Los padres ayudan a comprar el
                equipo de deporte y los uniformes; y ellas muerden el anzuelo. Yo jamás seré
                majorette.
                   --Por Dios, Bev, no exageres.
                   --Claro que sí, es la verdad. -Ella se encogió de hombros-. Pero no me importa.
                ¿A quién le interesa dar tumbos de carnero y enseñar las bragas a un millón de
                personas? Mira, Richie. Fíjate en esto.
                   Pasó los diez minutos siguientes mostrando a Richie cómo manejar el yo-yo. Al
                final, el chico empezó a cogerle el truco.
                   --No tiras con suficiente fuerza -observó ella.
                   Richie miró el reloj del Trust Merril, al otro lado de la calle, y se levantó de un
                salto guardándose el yo-yo en el bolsillo trasero.
                   --Tengo que irme, Bev. Me espera Ben. Va a creer que cambié de opinión.
                   --¿Qué Ben?
                   --Oh, Ben Hanscom.
                   --Ben me cae bien.
                   --A mí también me cae bien -dijo-. Hace un par de días construimos un dique en
                Los Barrens y él...
                   --¿Vais allá abajo? ¿Tú y Ben jugáis allá?
                   --Sí, con un grupo de chicos. Allá abajo se está bien. - Richie volvió a mirar el
                reloj-. Tengo que irme, de veras. Ben me está esperando.
                   --Ya.
                   Él hizo una pausa, luego dijo:
                   --Si no tienes nada que hacer, ¿por qué no vienes conmigo?
                   --Ya te he dicho que no tengo dinero.
                   --Pago yo. Tengo un par de dólares.
                   Ella arrojó los restos de su barquillo en una papelera. Sus ojos, ese claro tono
                azul y gris, se volvieron hacia él con tranquila diversión. Fingiendo ahuecarse el
                peinado, preguntó:
                   --Oh, caramba, ¿debo considerarlo como una proposición?
                   Por un momento, Richie se sintió confundido. Hasta percibió el rubor que le
                subía a las mejillas. Había hecho la invitación de un modo natural, tal como se la
                había hecho a Ben... aunque a Ben le había dicho que debía devolverle el dinero.
                Sí. Y a Beverly no.
                   De pronto se sintió un poco raro. Había dejado caer los ojos, retrocediendo ante
                ese gesto burlón y en ese momento vio que la falda de la chica se había subido un
                poquito al inclinarse ella hacia la papelera; se le veían las rodillas. Levantó los
                ojos, pero no sirvió de nada, porque se encontró con sus nacientes pechos.
                   Como solía hacer en momentos de confusión, se refugió en el absurdo.
                   --¡Sí! ¡Una proposición! -vociferó hincándose ante ella con las manos
                entrelazadas-. ¡Dime que si, por favor! Si te niegas me mataré, te lo juro, ¿eh-wot?
                ¿Wot-wot?
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