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Tanto entonces como más tarde, las cosas que ocurrieron a continuación
                parecieron, a ojos de Richie, como salidas de una película. Porque esas cosas no
                ocurren en la vida real. En la vida real, los más chicos reciben la paliza, recogen
                sus bártulos y se van a su casa.
                   Y esa vez no fue así.
                   Beverly se adelantó un poco, casi como si quisiera salir al encuentro de Henry,
                tal vez para estrecharle la mano. Richie oía resonar las hebillas de aquellas botas.
                Victor y Belch se acercaban al jefe, mientras los otros dos chicos montaban
                guardia en la boca del callejón.
                   --¡Déjalo en paz! -gritó Beverly-. ¿Por qué no te metes con los grandes como tú?
                   --Ése es más grande que un camión, zorra -bramó Henry-. Y ahora sal de...
                   Richie estiró el pie. No era su intención: su pie se estiró solo, tal como su lengua,
                a veces, al pronunciar agudezas peligrosas para la salud. Henry tropezó con él y
                cayó hacia adelante.
                   Empezó a levantarse con la camisa manchada de posos de café, barro y trocitos
                de lechuga.
                   --¡Os voy a matar! -bramó.
                   Hasta ese momento, Ben había estado aterrorizado. Entonces algo estalló en él.
                Dejó escapar un rugido y cogió uno de los cubos de la basura. Por un momento,
                mientras lo sostenía en alto, desparramando basura por todas partes, estaba
                pálido y furioso. Arrojó el recipiente que golpeó a Henry en la parte baja de la
                espalda y lo aplastó otra vez contra el suelo.
                   --¡Salgamos de aquí! -gritó Richie.
                   Corrieron hacia la boca del callejón. Victor Criss intentó cerrarles el paso. Ben,
                bramando, bajó la cabeza y se lanzó contra su barriga.
                   --¡Ay! -gruñó Victor.
                   Belch aferró a Beverly por la coleta y la arrojó contra la pared del Aladdin. La
                chica rebotó contra los ladrillos y corrió por el callejón frotándose el brazo. Richie,
                mientras la seguía, tomó la tapa de un cubo. Belch Huggins le lanzó un puñetazo.
                Richie se protegió con la tapa de latón. Cuando el puño de Belch chocó con ella se
                oyó un fuerte bonnng, casi melodioso, y Richie sintió que el impacto viajaba por su
                brazo hasta el hombro. Belch dejó escapar un grito y comenzó a dar saltitos
                sujetándose la mano.
                   --Allá se halla la tienda de mi padre -dijo Richie. Y corrió tras sus compañeros.
                   Uno de los chicos que custodiaban la boca del callejón había atrapado a Beverly
                y Ben estaba forcejando con él. El otro chico empezó a golpearlo en los riñones.
                Richie dio un puntapié en las nalgas del que estaba pegando a Ben. El chico aulló
                de dolor. Richie tomó a Beverly por un brazo y a Ben con la otra mano.
                   --¡Corred! -gritó.
                   El chico con el que Ben estaba forcejando soltó a Beverly y dio un puñetazo a
                Richie. El oído del chico estalló de dolor. Después quedó entumecido y muy
                caliente. Un agudo silbato empezó a sonarle en la cabeza, como el que se oía
                cuando la enfermera de la escuela le ponía a uno los audífonos para probar la
                capacidad auditiva.
                   Corrieron por Center Street ante las miradas de todo el mundo. El gran vientre
                de Ben subía y bajaba como un yo-yo. La coleta de Beverly ondeaba. Richie soltó
                a Ben para sostenerse las gafas, por miedo a perderlas. Todavía le resonaba la
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