Page 249 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 249

cabeza y sentía que la oreja se le iba a hinchar, pero se sentía de maravilla.
                Empezó a reír. Beverly lo imitó. Muy pronto también Ben estaba riendo.
                   Se detuvieron en Court Street y se dejaron caer en un banco, frente a la
                comisaría; en ese momento parecía el único lugar de Derry donde podían estar a
                salvo. Beverly pasó un brazo alrededor del cuello de Ben y el otro por el de Richie
                para darles un abrazo.
                   --¡Eso estuvo estupendo! -Le chisporroteaban los ojos-. ¿Habéis visto esos tíos?
                   --Ya lo creo -jadeó Ben-. Y no quiero volver a verlos en toda mi vida.
                   Eso los impulsó a otra tormenta de risa histérica. Richie esperaba que la banda
                de Henry apareciera tras la esquina y los persiguiera otra vez, con comisaría o sin
                ella. Pero no podía dejar de reír. Beverly tenía razón. Había sido fantástico.
                   --¡El Club de los Perdedores se anota uno bueno! -chilló, exuberante-. ¡Juá-juá-
                juá! ¡Bravo, niños!
                   Un policía asomó la cabeza por una ventana de la planta alta, para gritarles:
                   --¡Eh, chicos! ¡Largaos de aquí!
                   Richie abrió la boca para decir algo ingenioso, quizá con voz de policía irlandés,
                pero Ben le dio un codazo.
                   --Cierra el pico, Richie -ordenó.
                   Y un instante después le costó creer que había dicho semejante cosa.
                   --Eso, Richie -concordó Bev, mirándolo con cariño-. Bip-bip.
                   --Está bien -dijo Richie-. Bueno, ¿qué queréis hacer? ¿Queréis que busquemos
                a Henry Bowers y le preguntemos si quiere arreglar las cosas con una partida de
                Monopoly?
                   --Muérdete la lengua -retrucó Ben.
                   --¿Eh? ¿Y eso qué quiere decir?
                   --Dejémoslo -suspiró Bev.
                   Vacilante y ruborizado, Ben preguntó:
                   --¿Te lastimó ese tipo al tirarte del pelo, Beverly?
                   Ella le sonrió y tuvo la certeza de algo que hasta entonces sólo era una
                suposición: que había sido Ben Hanscom el que le había enviado aquella postal
                con aquel hermoso haitu.
                   --No, no fue nada -aseguró.
                   --Vayamos a Los Barrens -propuso Richie. Y allá fueron... o huyeron. Más tarde,
                Richie pensaría que eso estableció una costumbre para el resto del verano. Los
                Barrens se habían convertido en su refugio. Beverly, como Ben en su primer
                encuentro con los matones, nunca había bajado hasta entonces. Se puso entre
                Richie y Ben para bajar, en fila india, por el sendero. Su falda se movía
                atractivamente y, al verla, Ben cobró conciencia de las oleadas de sentimientos
                que lo invadían, poderosas como calambres estomacales. Ella llevaba puesto su
                brazalete de tobillo, que centelleaba bajo el sol de la tarde.
                   Cruzaron el brazo del Kenduskeag por donde los chicos habían construido la
                presa (el arroyo se dividía unos setenta metros más arriba y volvía a unirse
                doscientos metros más allá, en dirección a la ciudad) pisando algunas piedras
                grandes, algo más abajo de donde había estado el dique. Encontraron otro
                sendero y acabaron por salir a la ribera de la rama oriental del arroyo, más amplia
                que la otra. Centelleaba a la luz vespertina. A la izquierda, Ben vio dos de aquellos
                cilindros de cemento con cubiertas arriba. Debajo de ellos, sobresaliendo por
   244   245   246   247   248   249   250   251   252   253   254