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en todo caso, saldría con el trasero intacto. La fotografía de Georgie no había sido
una película. Richie creía estar olvidándose de eso, pero al parecer se engañaba,
porque podía ver los cortes en los dedos de Billy. Si no lo hubiera sacado a
tirones...
Bill, increiblemente, estaba sonriendo. Sonreía, sí.
--T-t-tú quisiste que t-t-te llevara a v-v-ver esa fo- fo-foto-señaló-. Ahora q-q-
quiero lle-llevarte a ver u-u-una casa. Toma y daca.
--Asquerosa caca -rimó Richie.
Y los dos rompieron a reír.
--M-n-mañana por la mañana -dijo Bill, como si todo estuviera resuelto.
--¿Y si es un monstruo? -preguntó Richie, mirándolo a los ojos-. ¿Y si el revólver
de tu padre no lo detiene, Bill?
--P-p-pensaremos otra c-c-cosa -repitió Bill-. Qué remedio.
Echó la cabeza hacia atrás y rió como un loco. Un momento después, Richie lo
imitó.
Caminaron juntos hasta el porche de Richie. Maggie había preparado té frío y un
plato de pastas.
--¿Q-q-quieres venir?
--No -dijo Richie-. Pero iré.
Bill le dio una palmada en la espalda, y eso pareció reducir el miedo a algo
soportable... aunque Richie tuvo la súbita seguridad (y no se equivocaba) de que
aquella noche el sueño tardaría en llegar.
--Parece que estaban discutiendo algo muy importante-comentó la señora
Tozier, sentándose otra vez, con el libro en una mano y un vaso de té en la otra,
mientras miraba a los muchachitos, llena de expectativa.
--Oh, a Denbrough se le ha metido en la cabeza que los Red Sox van a
ascender a primera división -dijo Richie.
--Yo y m-m-mi padre es-es-estamos seguros de que t-t-tienen una b-b-buena op-
p-p-oportunidad -dijo Bill, y probó su té-. E-e-está m-m-muy b-bueno, sese-señora
T-T-Tozier.
--Gracias, Bill.
--Los Red Sox van a llegar a primera el día en que tú dejes de tartamudear, boca
de trapo -dijo Richie.
--¡Richie! -chilló la señora Tozier.
Estuvo a punto de dejar caer su vaso. Pero tanto Richie como Bill Denbrough
reían histéricamente. Miró a su hijo, a Bill, otra vez a su hijo, conmovida por una
extrañeza que era, en su mayor parte, simple perplejidad, pero también un miedo
tan delgado y agudo que le penetró hasta lo más hondo del corazón y quedó
vibrando allí, como un diapasón de vidrio.
"No los comprendo, a ninguno de los dos -pensó-. No sé a dónde van, qué
hacen, qué quieren... ni qué será de ellos. A veces... oh, a veces siento miedo por
ellos, y otras veces siento miedo de ellos..."
Se descubrió pensando, no por primera vez, que habría sido hermoso tener
también una niña. Una hermosa niña rubia que ella habría vestido con faldas
combinadas con lazos y, en domingo, con zapatitos de charol negro. Una bonita
niña a la que hubiese gustado preparar bizcochos después de clase y que hubiera