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en la adolescencia, se le ocurrió que john Kennedy le hacía pensar en Bill el
                Tartaja.
                   "¿Quién?", reaccionó su mente.
                   Levantó la vista, algo intrigado, y sacudió la cabeza. "Alguien que conocí",
                pensó. Y descartó su vaga intranquilidad subiéndose los anteojos hasta la frente
                para concentrarse en su tarea. "Alguien que conocí hace mucho tiempo."
                   Bill Denbrough puso los brazos en jarras, sonrió como un sol y dijo:
                   --Bu-bu-bueno, a-a-aquí est-estamos. Y ahora, ¿q-q-qué se ha-ha-hace?
                   --¿Tienes cigarrillos?-preguntó Richie.



                   11.

                   Cinco días después, cuando junio tocaba a su fin, Bill dijo a Richie que quería ir
                a Neibolt Street para investigar el porche donde Eddie había visto al leproso.
                   Acababan de volver a casa de Richie. Bill caminaba junto a Silver. Había llevado
                a Richie en la cesta durante la mayor parte del trayecto, en un vigorizante viaje a
                toda velocidad a través de Derry, pero tuvo la prudencia de bajarlo a una manzana
                de su casa. Si la madre de Richie los veía juntos en esa bicicleta, le daría un
                ataque.
                   La cesta de Silver estaba llena de pistolas de juguete; dos eran de Bill y tres de
                Richie. Habían pasado casi toda la tarde en Los Barrens, jugando a pistoleros.
                Beverly Marsh había aparecido a eso de las tres, con vaqueros desteñidos
                llevando una vieja escopeta de aire comprimido. El ruido del disparo parecía el de
                un almohadón inflado cuando alguien se sentaba encima. La especialidad de
                Beverly era treparse a los árboles y disparar desde allí sobre la gente
                desprevenida. El moretón de su mejilla se había descolorido hasta tomar un color
                amarillento.
                   --¿Qué has dicho? -preguntó Richie. Estaba asustado... pero también algo
                intrigado.
                   --Q-q-quiero echar un vi-vistazo bajo ese p-p-porche -dijo Bill.
                   Su voz era la de un empecinado, pero no miraba a Richie. En sus pómulos había
                una fuerte mancha de color. Habían llegado a la casa de Richie, y allí estaba
                Maggie Tozier, en el porche, leyendo un libro. Los saludó con la mano:

                   --¡Hola, chicos! ¿Queréis té helado?
                   --Enseguida vamos, mamá -dijo Richie. Y a Bill-: Allá no habrá nadie.
                Probablemente Eddie vio a un vagabundo y perdió la cabeza. Por Dios, ya lo
                conoces.
                   --Sí, lo c-c-conozco. P-p pero recu-recuerda lo de la f-f-foto del álálbum.
                   Richie cambió de posición, incómodo. Bill levantó la mano derecha. Las tiritas ya
                no estaban, pero aún se veían círculos de tejido cicatrizado en los tres primeros
                dedos.
                   --Sí, pero...
                   --E-e-escúchame-dijo Bill.
                   Habló muy lentamente, mirándolo a los ojos. Una vez más, repasó las similitudes
                entre el relato de Ben y el de Eddie... y las relacionó con lo que ellos habían visto
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