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Las películas eran estupendas. El joven Frankenstein era debidamente grotesco.
                El joven hombre-lobo, sin embargo, daba más miedo, tal vez porque parecía triste.
                Lo que le había pasado no era culpa suya. Era culpa de un hipnotizador, el chico
                convertido en hombrelobo estaba lleno de rabia y malos sentimientos. Richie se
                preguntó si habría en el mundo mucha gente que ocultara ese tipo de malos
                sentimientos. Henry Bowers rezumaba malos sentimientos por los cuatro lados,
                pero no se molestaba en ocultarlos, por cierto.
                   Beverly, sentada entre los dos chicos, comía palomitas de maíz, gritaba, se
                cubría los ojos y a veces reía. Mientras el hombre lobo acechaba a la chica que
                hacía ejercicios en el gimnasio, después de clases, ella apretó la cara contra el
                brazo de Ben y Richie la oyó ahogar una exclamación de sorpresa a pesar de los
                gritos de los doscientos chicos que había abajo.
                   Por fin mataron al hambre-lobo. En la última escena, un policía decía a otro, que
                así la gente aprendería a no jugar con las cosas que estaban mejor en manos de
                Dios. El telón bajó y se encendieron las luces. Hubo aplausos. Richie se sentía
                satisfecho, aunque con un poco de dolor de cabeza. Probablemente tendría que ir
                pronto al oculista para que le cambiara otra vez las gafas. Si seguía así, pensó,
                cuando llegara a la secundaria llevaría culos de botella.
                   Ben le tiró de la manga.
                   --Nos han visto, Richie -dijo con voz horrorizada.
                   --¿Eh?
                   --Bowers y Criss. Miraron hacia aquí arriba cuando salían. ¡Nos vieron!
                   --Basta ya -dijo Richie-. Tranquilízate, Ben Tú tranquilízate. Saldremos por la
                puerta lateral y no habrá problemas. Bajaron la escalera, Richie delante, Beverly
                en medio y Ben cerrando la marcha, mirando sobre el hombro cada dos
                escalones.
                   --¿Es cierto que esos dos te la tienen jurada, Ben? - preguntó Beverly.
                   --Sí, creo que sí. El último día de clases me peleé con Henry Bowers:
                   --¿Te pegó mucho?
                   --No tanto como quería. Por eso sigue furioso, supongo.
                   --Ese energúmeno también perdió bastante pellejo -murmuró Richie-, según oí
                decir. Y no creo que eso le haya gustado mucho.
                   Abrió la puerta de emergencia y los tres salieron al callejón que corría entre el
                Aladdin y el Bar Nan. Un gato que había estado escarbando los cubos de basura
                les bufó y salió corriendo por el callejón, cerrado en un extremo por una cerca de
                tablas. El gato subió y franqueó la cerca. La tapa de un cubo de la basura cayó en
                estruendo. Bev dio un brinco y se aferró al brazo de Richie, pero luego se echó a
                reír, nerviosa.
                   --Las películas me han asustado -dijo.
                   --Ya se te... -comenzó Richie.
                   --Hola, caraculo -dijo Henry Bowers.
                   Los tres se volvieron sobresaltados. Henry, Victor y Belch estaban allí, cerrando
                la boca del callejón. Detrás de ellos había otros dos tipos.
                   --Mierda, ya lo sabía -gimió Ben.
                   Richie giró velozmente hacia el Aladdin, pero la puerta se había cerrado tras
                ellos y no había modo de abrirla desde afuera.
                   --Despídete, caraculo -dijo Henry. Y de pronto corrió hacia Ben.
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