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En realidad no estaba muy seguro, pero Beverly había dado a la ecuación un
nuevo giro. De no ser por ella, habría tratado de convencer a Richie de que
dejaran el cine para otro día. En todo caso, lo habría dejado solo. Pero allí estaba
Bev y él no quería pasar por gallina delante de la chica. Además, la idea de estar
con ella en la galería, en la oscuridad (aunque Richie se sentara entre ambos,
cosa muy probable), tenía un poderoso atractivo.
--Esperaremos a que comience el espectáculo antes de entrar -dijo Richie. Con
una gran sonrisa, dio a Ben un suave puñetazo en el brazo-. Jolín, ¿acaso quieres
vivir eternamente?
Ben frunció el entrecejo, pero luego resopló de risa. Richie también rió. Al verlos,
Beverly hizo otro tanto.
Richie se acercó nuevamente a la taquilla. Labios de Hígado los miró
agriamente.
--Buenasss tardesss, mi estimada señora-dijo con su mejor voz de barón inglés-.
Estoy sumamente necesitado de tres boletos para ver sus encantadoras
filmaciones norteamericanas
--Basta de idioteces y dime qué quieres, chico -ladró Labios de Hígado por el
agujero redondo del vidrio.
Sus cejas pintadas se movieron de un modo que perturbó a Richie, que se limitó
a pasar un dólar arrugado por la ranura, murmurando:
--Tres, por favor.
Tres entradas salieron por la ranura. Richie las tomó. Labios de Hígado le envió
una moneda de veinticinco centavos de cambio.
--No se hagan los listos, no tiren cajas, no griten, no corran por el pasillo ni por el
vestíbulo.
--No, señora -murmuró Richie, retrocediendo hacia Ben y Bev, a quienes dijo-:
Siempre me reconforta ver a una vieja como ésa, tan amante de los niños.
Se quedaron fuera un rato más esperando que la función empezara. Labios de
Hígado los estudiaba suspicazmente desde su jaula de vidrio. Richie deleitó a Bev
con la historia del dique en Los Barrens, pronunciando los parlamentos del señor
Nell con su nueva voz de policía irlandés. No pasó mucho tiempo sin que Beverly
comenzara con risitas y terminara con grandes carcajadas. Hasta Ben sonreía un
poco, aunque los ojos se le desviaban constantemente hacia las grandes puertas
de vidrio o hacia la cara de Beverly.
10.
En la galería se estaba bien. Durante la primera parte de El joven Frankenstein,
Richie divisó a Henry Bowers y sus malditos amigos. Estaban en la segunda fila,
tal como él había imaginado. Eran cinco o seis, de doce, trece y catorce años,
todos con botas de motociclista apoyadas en los respaldos de la fila delantera.
Foxy se acercaba y les decía que bajaran los pies. Ellos los bajaban. Foxy se iba y
las botas de motociclista volvían a subir. A los cinco o diez minutos, volvía Foxy y
la escena se repetía. Porque Foxy no tenía agallas para echarlos de allí y ellos lo
sabían.