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Richie, levantó una mano para saludarlo, pero entonces vio a Bev y su mano se
detuvo en medio del ademán. Sus ojos se ensancharon por un instante. Acabó su
saludo y se acercó lentamente.
--Hola, Richie -dijo. Luego miró a Bev por un segundo, como si temiera que una
mirada más detenida provocara una llamarada-. Hola, Beverly.
--Hola, Ben -dijo ella.
Entre los dos se produjo un extraño silencio. No era exactamente bochornoso;
era, pensó Richie, casi poderoso. Y sintió una vaga punzada de celos, porque
entre ellos había pasado algo y, fuera lo que fuese, ese algo lo dejaba fuera.
--¡Por fin, Ben! -exclamó-. Ya creía que te habías acobardado. Estas películas te
van a hacer perder cinco kilos Te dejan el pelo blanco, hombre. Cuando salgas del
cine estarás tan tembloroso que el acomodador tendrá que ayudarte a subir por el
pasillo.
Richie echó a andar hacia la taquilla. Ben le tocó el brazo y empezó a decir algo.
Pero miró a Bev, que le estaba sonriendo, y tuvo que empezar otra vez.
--Yo estaba aquí -dijo-, pero cuando llegaron esos tipos tuve que ir hasta la
esquina y dar la vuelta a la manzana.
--¿Qué tipos ? -preguntó Richie, aunque ya lo adivinaba.
--Henry Bowers, Victor Criss, Belch Huggins. Y algunos más.
Richie silbó.
--Seguramente ya han entrado. No los veo comprando golosinas.
--Sí, creo que sí.
--Yo de ellos, no gastaría dinero en ver películas de terror -comentó Richie-. Iría
a mi casa a mirarme en el espejo. Hay que ahorrar.
Bev rió con júbilo, pero Ben se limitó a sonreír. Desde hacía una semana, Henry
Bowers había decidido matarlo. Ben estaba seguro.
--Se me ocurre algo -dijo Richie-. Subiremos a la galería. Ellos estarán en la
segunda o la tercera fila.
--¿Seguro? -preguntó Ben.
No estaba nada seguro de que Richie supiera hasta qué punto eran malvados
esos chicos... y Henry, por supuesto, el peor.
Richie, que había escapado a una buena paliza a manos de Henry y sus amigos
tres meses antes (había logrado despistarlos en la sección de juguetes de la
tienda Freese, nada menos), los conocía mejor de lo que Ben pensaba.
--Si no estuviera completamente seguro, no entraría - aseguró-. Quiero ver estas
películas, Ben, pero no morir por ellas.
--Además, si nos molestan podemos pedir a Foxy que los eche a patadas -
sugirió Bev.
Foxy era el señor Foxworth, el hombre enjuto y sombrío que dirigía el Aladdin.
En ese momento estaba vendiendo golosinas y palomitas de maíz mientras
canturreaba su letanía: "Esperen turno, esperen turno." Con su raído esmoquin y
su camisa almidonada, ya amarillenta, parecía un director de pompas fúnebres en
decadencia.
Ben miró dubitativamente a Bev, a Foxy y a Richie.
--No puedes permitir que ellos dirijan tu vida -le reprochó Richie, suavemente-.
¿No te das cuenta?
--Supongo que tienes razón -suspiró Ben.