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pedido muñecas, no libros de ventriloquia y modelos de automóviles muy veloces.
                A una niña habría podido entenderla.



                   12.

                   --¿Lo conseguiste? -preguntó Richie, ansioso.
                   Iban llevando sus bicicletas por Kansas Street, a lo largo de Los Barrens, a las
                diez de la mañana siguiente. El cielo estaba gris y opaco. Habían anunciado
                lluvias para la tarde. Richie no había podido dormirse hasta medianoche, y
                Denbrough parecía haber tenido el mismo problema, porque parecía tener dos
                buenas bolsas de carbón bajo los ojos.
                   --L-l-lo conseguí-confirmó Bill, dando unas palmadas a su chaqueta verde.
                   --Enséñame -pidió Richie, fascinado.
                   --Ahora no. -Bill sonrió-. Pp-podría verlo a-alguien Ta-también traje esto.
                   Y sacó su tirachinas Bullseye del bolsillo trasero.
                   --Oh, mierda, estás chiflado -dijo Richie, y se echó a reír.
                   Bill simuló estar ofendido.
                   --L-l-la idea fue t-t-tuya, Tozier.
                   El tirachinas de aluminio había sido su regalo de cumpleaños, a los diez, término
                medio elegido por Zack entre el rifle calibre 22 que Bill quería y la rotunda negativa
                de su madre a dejarlo usar un arma de fuego. El folleto de instrucciones decía que
                el tirachinas era una buena arma de caza, cuando uno aprendía a usarla. "En las
                manos adecuadas, Bullseye es tan mortífero y efectivo como un buen arco o un
                arma de fuego", proclamaba el folleto. Después de ensalzar semejantes virtudes,
                advertía que la honda podía ser peligrosa. Su propietario no debía apuntar a nadie
                con ninguna de las veinte municiones incluidas, así como no le apuntaría con una
                pistola cargada.
                   Bill todavía no la manejaba muy bien (y sospechaba que jamás llegaría a
                conseguirlo), pero consideraba que la advertencia del folleto estaba justificada. El
                grueso elástico tenía mucho impulso y cuando acertaba a una lata le hacía un
                agujero tremendo.
                   --¿Sabes usarla, Gran Bill? -preguntó Richie.
                   --Un p-p-poco -dijo Bill.
                   Era cierto sólo en parte. Después de mucho estudiar las ilustraciones del folleto
                y de practicar en el parque de Derry hasta dejarse el brazo entumecido, había
                llegado a dar en el blanco más o menos tres veces de cada diez intentos. Y una
                vez casi había hecho diana.
                   Richie tiró del elástico, lo hizo sonar y devolvió el arma sin decir nada. Le
                parecía muy dudoso que prestara tanto servicio como la pistola de Zack
                Denbrough cuando de matar monstruos se tratara.
                   --Bien -dijo-. Así que has traído tu tirachinas. Vaya, gran cosa. Eso no es nada.
                Mira lo que traje yo, Denbrough.
                   Y sacó de su chaqueta un paquete con la caricatura de un gordo que
                estornudaba.
                   Los dos se miraron por un instante. Y luego estallaron en carcajadas
                palmeándose mutuamente la espalda.
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