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--M-m-mira es-eso.
En el lado izquierdo, el enrejado del porche estaba inclinado hacia fuera, contra
una maraña de arbustos. Los dos niños vieron clavos herrumbrados que se habían
desprendido. Allí había viejos rosales; aunque las rosas florecían
descuidadamente a ambos lados de la parte desprendida, las que estaban
alrededor y enfrente de esa abertura tenían un aspecto esquelético y muerto.
Bill y Richie se miraron sombríamente. Todo lo que Eddie había dicho se estaba
confirmando; siete semanas después, allí estaban las pruebas.
--En realidad no quieres ir ahí abajo, ¿verdad? -rogó Richie.
--N-n-no -dijo Bill-, p-p-pero voy a ir.
Y Richie, con el corazón encogido, vio que hablaba muy en serio. La luz gris
había vuelto a sus ojos. En las líneas de su cara había una pétrea voluntad que lo
hacía parecer mayor. Richie pensó: "Creo que está decidido a matarlo, si lo
encuentra aquí. Tal vez quiera matarlo y llevar la cabeza a su padre, para decirle:
Mira, esto es lo que mató a Georgie; ahora puedes volver a hablar conmigo por las
noches, a contarme cómo te fue en el trabajo o a quién le tocó pagar el café esta
mañana."
--Bill...
Pero Bill ya no estaba allí. Iba hacia el extremo derecho del porche, por donde
Eddie debía de haberse escurrido. Richie tuvo que correr para seguirlo y estuvo a
punto de caer sobre el herrumbroso triciclo enredado en el pastizal.
Alcanzó a Bill en el momento en que éste se ponía en cuclillas para mirar bajo el
porche. En ese extremo no había verja; alguien, algún vagabundo, la habría
arrancado tiempo atrás, para refugiarse allí abajo, donde no llegara la nieve del
invierno, la fría lluvia otoñal ni los chubascos de verano.
Richie se agachó a su lado, con el corazón palpitando como un tambor. Bajo el
porche no había sino montones de hojas podridas, periódicos amarillentos y
sombras. Demasiadas sombras.
--Bill -repitió.
--¿Qué? -Bill había vuelto a sacar la Walther de su padre.
Retiró el cargador y tomó cuatro balas de su bolsillo. Las cargó una a una,
mientras Richie le observaba, fascinado. Cuando volvió a mirar bajo el porche,
reparó en algo más. Había vidrios rotos. Fragmentos de vidrio que refulgían
débilmente. El estómago de Richie se retorció dolorosamente. No era ningún
estúpido, y comprendía que ese detalle venía a confirmar el relato de Eddie. Si
había astillas de vidrio entre las hojas fermentadas, bajo el porche, la ventana
había sido rota desde dentro, desde el sótano.
--¿Q-qué? -preguntó Bill, otra vez, levantando la mirada hacia él.
Su cara estaba pálida. Al mirar ese rostro decidido, Richie arrojó mentalmente la
toalla.
--Olvídalo -dijo.
--¿V-v-vienes?
--Sí.
Se metieron a rastras por debajo del porche.
El olor de las hojas en descomposición solía ser agradable, pero aquél no. Las
hojas parecían esponjas bajo las manos y las rodillas. Richie tuvo la sensación de