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Allí estaba Silver, aún inclinada contra el árbol. Bill subió de un salto y arrojó la
pistola de su padre al cestillo donde tantos revólveres de juguete había llevado.
Richie echó un vistazo atrás mientras trepaba a la cesta trasera y vio que el
hombre lobo cruzaba el prado hacia ellos a unos metros de distancia. Sobre la
chaqueta de la secundaria se estaban mezclando sangre y saliva. Por la sien
derecha asomaba un fragmento de hueso blanco. Había manchas blancas de
polvo para estornudar en su hocico. Y Richie vio otras dos cosas que parecieron
completar el horror. En lugar de cremallera, la chaqueta de aquella cosa tenía
grandes pompones naranja. Lo otro era peor. Era algo que le hizo sentir a punto
de desmayarse, de entregarse, de dejarse matar: la chaqueta tenía un nombre
bordado en hilo de oro.
En el sanguinolento bolsillo izquierdo, manchadas, pero legibles, se leían las
palabras "Richie Tozier".
El hombre lobo se arrojó contra ellos.
--¡Vamos, Bill! -aulló Richie.
Silver comenzó a moverse, pero demasiado lentamente. Bill tardaba tanto en
hacerla tomar velocidad...
El hombre lobo cruzó el sendero marcado en el momento en que Bill pedaleaba
hasta la mitad de la calle. Llevaba los vaqueros desteñidos manchados de sangre.
Al mirar hacia atrás, con una horrible fascinación casi hipnótica, Richie vio que las
costuras habían cedido en algunos lugares por los que asomaban mechones de
pelo áspero.
Silver se bamboleó locamente. Bill iba de pie sobre los pedales, aferrado al
manillar con las muñecas hacia arriba, la cara vuelta hacia el cielo nublado, con el
cuello surcado de tendones salientes.
Una zarpa se estiró hacia Richie que soltó un grito angustioso y la esquivó. El
hombre-lobo gruñó y esbozó una horrible sonrisa. Estaba tan cerca que Richie le
vio las córneas amarillentas y percibió olor a carne podrida en su aliento. Sus
dientes eran colmillos torcidos.
El chico volvió a gritar ante un nuevo zarpazo. Estaba seguro de que iba a
arrancarle la cabeza, pero la zarpa pasó frente a él fallando por escasos
centímetros. La fuerza del manotazo le apartó el pelo sudoroso de la frente.
--¡Hai-oh, Silver, Arreeee! -vociferó Bill a todo pulmón.
Había llegado a la cima de una pequeña cuesta. No era mucho, pero bastó para
dar impulso a Silver. Los naipes empezaron a zumbar. Bill pedaleaba
furiosamente. Silver dejó de bambolearse y tomó un curso recto por Neibolt, hacia
la carretera 2.
"Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios -pensaba Richie, incoherente-.
Gracias a..."
El hombre-lobo volvió a rugir ("Oh, Dios mío, parece que estuviera detrás de mí")
y Richie perdió el aliento: algo tiraba de su camisa y de su chaqueta,
estrangulándole la garganta. Emitió un ruido gorgoteante y logró aferrarse a Bill un
segundo antes de verse fuera de la bicicleta. Bill se inclinó hacia atrás, pero siguió
aferrado al manillar. Por un momento, Richie pensó que la bicicleta se limitaría a
alzar la rueda delantera, arrojándolos a ambos. En ese instante su chaqueta se
desgarró por la espalda con un fuerte ruido que, extrañamente, sonó como un
grotesco pedo.