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Richie se puso a un lado y miró. Todavía quedaba una carga de carbón,
amontonado hasta el cielo raso en la parte trasera de la casilla. Era negro como
ala de cuervo.
--Vamos a... -comenzó Richie.
En ese momento se abrió la puerta de la escalera, con un violento estruendo,
dejando pasar la blanca luz del día.
Los dos chicos gritaron.
Richie oyó gruñidos como de un animal salvaje enjaulado. Vio que unos
mocasines descendían por los peldaños. Más arriba había unos vaqueros
desteñidos... manos que se balanceaban...
Pero no eran manos... sino garras. Enormes garras deformes.
--¡T-t-trepa por el c-c-carbón! -aulló Bill.
Pero Richie estaba petrificado. Súbitamente supo qué era aquelLo, lo que iba a
matarlos en ese sótano que apestaba a tierra húmeda y a vino barato. Lo sabía,
pero necesitaba verlo.
--¡Ha-ha-hay una ve-ventana a-a-ahí arriba!
Las garras estaban cubiertas de espeso pelo pardo, los dedos terminaban en
uñas melladas. Por fin, Richie vio una chaqueta de seda negra, con ribetes
naranja: los colores de la secundaria de Derry.
--¡Ve-ve-vete! -vociferó Bill, dando a Richie un fuerte empujón.
Richie cayó despatarrado en el carbón. Sus aristas se le clavaron dolorosamente
abriéndose paso a través de su aturdimiento. Hubo avalanchas bajo sus pequeñas
manos. Aquellos gruñidos salvajes seguían y seguían.
El pánico deslizó su capucha sobre la mente de Richie.
Apenas consciente de lo que hacía, trepó por la montaña de carbón ganando
terreno, resbalando hacia atrás para volver a avanzar, aullando mientras subía. La
ventana, allá arriba, estaba negra de polvo de carbón y apenas dejaba pasar algo
de luz. Estaba cerrada con un pasador. Richie aplicó sobre ella todo su peso, pero
no pudo hacerla girar. Los gruñidos ya sonaban más próximos.
Abajo estalló un disparo, casi ensordecedor en el cuarto cerrado. El humo de la
pólvora, áspero y acre, le llegó a la nariz. Entonces se dio cuenta de que había
estado tratando de girar el pasador en dirección contraria. Cambió la dirección del
movimiento y la ventana se abrió con un chirrido prolongado, herrumbroso. El
polvo de carbón le cayó en las manos como pimienta.
La pistola volvió a disparar un segundo bramido ensordecedor. Bill Denbrough
gritó:
--¡Tú mataste a mi hermano, hijo de puta!
Por un momento, la bestia que había bajado por la escalera pareció reír, pareció
hablar; era como si un perro cruel hubiera comenzado a ladrar palabras confusas.
Richie creyó, que aquella cosa vestida con la chaqueta de la secundaria había
graznado, a su vez: "Y a ti también voy a matarte..."
--¡Richie! -vociferó Bill.
Y Richie oyó el repiqueteo del carbón que caía, mientras Bill empezaba a trepar.
Los rugidos y los gruñidos continuaban. Hubo un astillar de madera. Aquello era
una mezcla de ladridos y aullidos, como una fría pesadilla.
Richie dio a la ventana un fuerte empellón, sin importarle que el vidrio pudiera
romperse y reducirle las manos a jirones. Ya no le importaba nada.