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La bestia del sótano dejó escapar un ensordecedor rugido de ira... pero Richie
                creyó detectar otra nota en ese bramido: miedo, tal vez. O dolor.
                   Dio un tremendo tirón y Bill voló por la ventana, cayendo al pasto. Miró fijamente
                a Richie, con grandes ojos horrorizados.
                   --¡Rá-rápido! -jadeó, mientras tomaba a Richie de la camisa-. ¡Te-tenemos qu...!
                   Richie oyó que el carbón volvía a caer en avalanchas. Un momento después, la
                cara del hombre-lobo llenó la ventana del sótano, gruñéndoles. Sus garras
                buscaron el pasto inquieto.
                   Bill aún tenía la Walther, no la había soltado en ningún momento. La sujetó con
                las dos manos, reducidos los ojos a ranuras y apretó el gatillo. Se produjo otro
                terrible estallido y Richie vio que el cráneo del hombre-lobo perdía un pedazo; un
                torrente de sangre le corrió por la cara, el pelaje y el cuello de la chaqueta escolar.
                   Rugiendo siempre, empezó a salir por la ventana.
                   Richie se movía con lentitud, como en un sueño. Metió la mano bajo la chaqueta
                y buscó el bolsillo posterior. De allí sacó el sobre con la caricatura del hombre que
                estornudaba. Lo abrió en el momento en que la sangrante bestia asomaba por la
                ventana, a viva fuerza, cavando profundos surcos en la tierra con sus garras. Abrió
                el paquete y lo estrujó.
                   --¡Vuelve a tu lugar, chico! -ordenó, con la voz del policía irlandés.
                   Una nube blanca rodeó la cara del hombre lobo. Sus rugidos cesaron
                súbitamente. Miró a Richie con una sorpresa casi cómica y emitió un sonido
                sibilante, sofocado. Sus ojos, rojos y legañosos, giraron hacia el chico y parecieron
                grabárselo, de una vez para siempre.
                   Entonces empezó a estornudar.
                   Estornudó una y otra vez. Del hocico le brotaban kilos de saliva y el moco,
                negriverdoso, voló de las fosas nasales. Una de esas gotas salpicó la piel de
                Richie, quemándole como ácido. Se la enjugó con un alarido de dolor y asco.
                   Aún había furia en esa cara, pero también dolor. Era inconfundible. Bill podría
                haberlo herido con la pistola de su padre, pero Richie le había hecho más daño...
                primero, con la voz del policía irlandés; después, con el polvo que hacía
                estornudar.
                   "Jolín, si tuviera un poco de polvo pica-pica y un vibrador de chasco, tal vez
                podría matarlo", pensó.
                   En ese instante, Bill lo sujetó por el cuello de la ropa y tiró de él hacia atrás.
                   Fue oportuno. El hombre lobo dejó de estornudar tan bruscamente como había
                empezado, y lanzó un zarpazo a Richie. Era increíblemente veloz.
                   Richie podría haberse quedado así, con el sobre vacío en una mano, mirando al
                hombre lobo con aturdimiento de drogado, pensando en lo parda que era su piel,
                lo roja que era su sangre, pensando que en la vida real nada venía en blanco y
                negro. Podría haber seguido sentado allí hasta que esas garras se cerraran en
                torno a su cuello y sus largas uñas le arrancaran la garganta, pero Bill lo levantó
                de un tirón.
                   Richie lo siguió, a tropezones. Corrieron hacia el frente de la casa. Richie pensó:
                "No se atreverá a perseguirnos. Ahora estamos en la calle, no se atreverá, no se
                atreverá, no se..."
                   Pero los seguía. Le oían detrás de ellos, balbuceando, gruñendo...
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