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que formaban un grueso colchón. De pronto se preguntó qué haría si una mano o
                una garra surgía de entre las hojas para apresarlo.
                   Bill estaba examinando la ventana rota. Había fragmentos de vidrio por todas
                partes. La varilla de madera que separaba los paneles yacía bajo los peldaños del
                porche en. dos trozos astillados. La parte alta del marco sobresalía como un
                hueso roto.
                   --Esto recibió un golpe muy fuerte -susurró Richie.
                   Bill, que estaba espiando hacia dentro (o tratando de hacerlo), asintió.
                   Richie lo apartó con el codo para mirar también. El sótano era un penumbroso
                batiburrillo de cajas y cajones. El suelo era de tierra y, como las hojas, despedía
                un aroma húmedo y mohoso. A la izquierda se veía el bulto de una caldera que
                proyectaba tuberías redondas -hacia el bajo cielo raso. Más allá, en un extremo
                del sótano, Richie vio una casilla grande, con flancos de madera. Lo primero que
                se le ocurrió fue que se trataba de un establo, pero ¿quién podría tener caballos
                en un sótano? Luego comprendió que, en una casa tan vieja, la caldera debía de
                haber sido de carbón y no de petróleo. Nadie se había molestado en efectuar la
                adaptación de la caldera, porque nadie tenía interés en la casa. Esa casilla debía
                de ser una carbonera. A la derecha, Richie divisó un tramo de escalera que subía
                al nivel de la calle.
                   Bill estaba sentado, encorvado hacia adelante... y antes de que Richie pudiera
                percatarse de sus intenciones, las piernas de su amigo estaban desapareciendo
                por la ventana.
                   --¡Bill, por el amor de Dios! -siseó-. ¿Qué estás haciendo? ¡Sal de ahí!
                   Bill no contestó: Siguió deslizándose. Su chaqueta se enroscó por la espalda y
                estuvo a punto de engancharse en un trozo de vidrio que habría podido hacerle un
                buen corte. Un segundo después, sus zapatillas golpearon el duro suelo de dentro.
                   --Maldita sea -murmuró Richie frenéticamente, mirando el cuadrado de
                oscuridad donde su amigo acababa de desaparecer-. Bill, ¿te has vuelto loco?
                   --Si quieres, R-R-Richie, puedes q-q-quedarte ahí Mo-no-monta guardia.
                   Lo que él hizo fue ponerse boca abajo y meter las piernas por la ventana del
                sótano, antes de que le fallara el valor, rezando para no cortarse las manos o el
                vientre con el vidrio roto.
                   Algo le sujetó las piernas. Richie lanzó un alarido.
                   --S-s-ssoy yo -susurró Bill. Un momento después, Richie estaba de pie a su
                lado, bajándose la camisa y la chaqueta-. ¿Quién creíste que era?
                   --El hombre del saco -dijo Richie, con una risa estremecida.
                   --T-t-tú ve p-p-por ese l-l-lado y yo i-i-i...
                   --Ni pensarlo -replicó Richie. Oía claramente el latir de su corazón en su voz,
                sobresaltada e irregular-. Voy contigo, Gran Bill.
                   Avanzaron hacia la carbonera; Bill, algo más adelante, con la pistola en la mano;
                Richie lo seguía de cerca, tratando de mirar a todos lados al mismo tiempo.
                   Bill se detuvo ante un flanco de la carbonera, por un momento, y luego se asomó
                súbitamente, sosteniendo el revólver entre ambas manos. Richie apretó los ojos
                con fuerza, preparándose para la detonación. No la-hubo. Abrió los ojos,
                cauteloso.
                   --S-s-sólo c-c-carbón -dijo Bill, con una risita nerviosa.
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