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Beverly la miraba con ojos como platos.
                   --Y eso si habría sido culpa tuya, al menos hasta cierto punto, por seguir con él y
                dejar que pasara. Pero ahora lo has dejado. Y no vengas, con las uñas rotas, el
                pie herido y marcas de cinturón en los hombros, a decirme que fue culta tuya.
                   --No me pegó con el cinturón -dijo Bev. La mentira fue automática... tanto como
                la intensa vergüenza que ruborizó su cara.
                   --Si has terminado con Tom, también deberías terminar con las mentiras -
                observó Kay. La miró con tanto cariño, tan largamente, que Bev se vio obligada a
                bajar la vista. Sentía regusto a lágrimas en el fondo de la garganta-. ¿A quién
                creías engañar? -preguntó Kay, sin levantar la voz. Alargó la mano sobre la mesa
                para tomar las de Bev-. Las gafas ahumadas, las blusas de manga larga y cuello
                alto... Tal vez hayas engañado a uno o dos clientes, pero no a tus amigos, Bev. A
                la gente que te estima, no.
                   Entonces Beverly se echó a llorar y lloró mucho rato, con desolación, mientras
                Kay la abrazaba. Más tarde, antes de acostarse, contó a su amiga lo que pudo:
                que la había llamado un viejo amigo de Derry, donde se había criado, para
                recordarle una promesa hecha mucho tiempo antes. Había llegado el momento de
                cumplir con esa promesa, dijo, y Kay le preguntó si iría. Ella dijo que si y así había
                comenzado el problema con Tom.
                   --¿Qué promesa hiciste? -preguntó Kay.
                   Beverly sacudió la cabeza.
                   --No puedo decírtelo, Kay, por mucho que me gustaría.
                   Kay asintió.
                   --De acuerdo. Es justo. ¿Qué vas a hacer con Tom cuando vuelvas de Maine?
                   Bev, que empezaba a tener la seguridad de que jamás volvería de Derry, se
                limitó a responder:
                   --Primero vendré a verte y lo decidiremos juntas. ¿Te parece bien?
                   --Muy bien -dijo Kay-. ¿Eso también es una promesa?
                   --En cuanto vuelva -dijo Bev con firmeza-. Puedes contar con eso.
                   Y abrazó a Kay con fuerza.
                   Con el importe del cheque en el bolsillo y los zapatos de Kay en los pies, decidió
                coger un autobús rumbo a Milwaukee, temiendo que Tom hubiera ido a buscarla al
                aeropuerto O.Hare. Kay, que la acompañó al banco y a la estación trató de
                   --O.Hare está lleno de guardias de seguridad, querida -le dijo-. No tienes por qué
                preocuparte. Si él se acerca, bastará con que grites a todo pulmón.
                   Beverly meneó la cabeza.
                   --Quiero mantenerme muy lejos de él. Es el único modo de hacer las cosas.
                   Kay la miró con astucia.
                   --Tienes miedo de que él te disuada, ¿verdad?
                   Beverly recordó al grupo de siete chicos de pie en el arroyo; pensó en Stanley y
                en su trocito de botella de Coca-Cola, refulgente al sol; pensó en el dolor fino al
                cortarle él la palma con un tajo en diagonal; pensó en las manos cogidas en
                circulo y en la promesa de volver si aquello volvía a empezar... de volver para
                matarlo definitivamente.
                   --No -dijo-. No podría disuadirme de esto. Pero podría hacerme daño, con
                guardias o sin ellos. No sabes cómo se puso anoche, Kay.
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