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tiempo conciliar el sueño, esa noche, porque había mucha en que pensar... y sería
                bonito pensar en todo eso, porque ellos parecían chicos buenos, chicos con los
                que uno podía trabar amistad, tal vez compartir un poco de confianza. Eso seria
                bonito. Eso seria bueno, como el paraíso.
                   Y pensando en todo eso, tomó la esponja y se inclinó sobre el lavabo para
                mojarla. Y entonces una voz.



                   2.

                   Salió del sumidero, susurrando:
                   --Ayúdame...
                   Beverly retrocedió, sobresaltada; la esponja cayó al suelo. Sacudió un poco la
                cabeza, como para despejarse, y volvió a inclinarse sobre el lavabo, mirando el
                sumidero con curiosidad. El baño estaba en la parte trasera de un apartamento de
                cuatro habitaciones. Se oía débilmente la televisión, una película que parecía
                ambientada en el Oeste. Cuando terminara, probablemente su padre sintonizara
                un partido de béisbol o una pelea, y después se quedaría dormido en la poltrona.
                   El empapelado del baño tenía un detestable dibujo de ranas sobre lirios de agua.
                Hacía bultos y ondulaba sobre el yeso irregular de la pared. En algunos lugares
                tenía humedad; en otros se estaba desprendiendo. La bañera tenía manchas de
                óxido y el asiento del inodoro estaba rajado. Por sobre el lavabo asomaba una
                bombilla completamente descubierta. Beverly creía recordar que, en otros
                tiempos, habían tenido allí un aplique, pero se había roto y nunca había sido
                reemplazado. El suelo estaba cubierto de un linóleo que había perdido ya el
                dibujo, salvo un pequeño sector bajo el lavabo.
                   No era una habitación muy acogedora, pero Beverly estaba tan habituada a ella
                que ya no reparaba en su aspecto.
                   También el lavabo tenía manchas de agua. El desagüe era, simplemente, un
                círculo de unos cinco centímetros de diámetro con un tope en cruz de donde el
                cromado había desaparecido tiempo atrás. Había también una tapa de goma que
                colgaba de una cadena arrojada de cualquier manera sobre el grifo marcado F. El
                agujero de desagüe estaba muy oscuro; al inclinarse hacia él, Beverly notó un olor
                desagradable, como a pescado, que surgía del agujero. Arrugó la nariz, asqueada.
                   --Ayúdame...
                   Ahogó una exclamación. Había, sí, una voz. Beverly había pensado que podía
                ser un estremecimiento de las tuberías... o tal vez sólo su imaginación:
                consecuencia de esas películas.
                   --Ayúdame, Beverly.
                   La invadieron oleadas de frío y calor. Se había quitado la banda de goma del
                pelo que caía sobre sus hombros en una cascada luminosa. Sintió que sus raíces
                trataban de erizarse.
                   Sin darse cuenta de lo que hacía, se inclinó otra vez hacia el lavabo, susurrando
                a medias:
                   --¿Hay alguien ahí?
                   La voz del desagüe parecía la de un niño muy pequeño que apenas sabía
                hablar. Y a pesar de la carne de gallina, su mente buscó una explicación racional.
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