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comentando que ese acto sexual dolía como fuego y que ninguna chica decente
                quería hacerlo: "Al final, el hombre te mea ahí abajo", dijo Greta, y Sally había
                exclamado: "¡Oh, puaj, yo jamás dejaría que un muchacho me hiciera eso!" Si
                dolía tanto como Greta decía, la madre de Bev se lo guardaba muy bien; Bev la
                había oído gritar una o dos veces, con voz contenida, pero no parecía en absoluto
                un grito de dolor.
                   El lento crujir de los elásticos se aceleró hasta un ritmo tan rápido que llegó casi
                al frenesí; luego se interrumpió. Hubo un período de silencio; después, algo de
                charla en voz baja; por fin, los pasos de su madre que iba al baño. Beverly
                contuvo el aliento. Esperando a que su madre gritara o no.
                   No hubo grito alguno, sólo el ruido del agua corriendo en el lavabo seguido por
                un chapoteo. Luego el agua resbaló por el sumidero con su familiar gorgoteo, la
                madre estaba lavándose los dientes. Momentos después, el somier de la cama
                grande volvió a crujir, cuando su madre volvió a acostarse.
                   Cinco minutos después, el padre comenzó a roncar.
                   Un miedo oscuro le envolvió el corazón cerrándole la garganta. Descubrió que
                tenía miedo de volverse sobre el lado derecho (su posición favorita para dormir)
                porque podía haber algo mirándola por la ventana. Por eso se limitó a permanecer
                de espaldas, tiesa, contemplando el cielo raso. Minutos u horas después, no había
                modo de saberlo, concilió un sueño inquieto y frágil.



                   3.

                   Beverly siempre despertaba cuando sonaba el despertador de sus padres. Tenía
                que ser rápida, porque apenas sonaba el timbre su padre lo apagaba de un
                manotazo. Se vistió deprisa mientras el padre usaba el baño y se detuvo por un
                instante frente al espejo (como casi todos los días) para mirarse el pecho, tratando
                de detectar si sus senos habían crecido algo durante la noche. Habían comenzado
                a aparecer a fines del año anterior. En un principio había dolido un poco, pero ya
                no. Eran muy pequeños, apenas manzanitas de primavera, pero allí estaban. Era
                cierto: la niñez terminaba, ella sería mujer.
                   Sonrió a su imagen y puso una mano tras la cabeza levantándose la cabellera y
                sacando pecho. Rió con la risa natural de una chiquilla... y de pronto se acordó de
                la sangre que había brotado del desagüe, en el baño, la noche anterior. Las risitas
                terminaron abruptamente.
                   Se miró el brazo y descubrió el moretón formado durante la noche, una mancha
                oscura entre el hombro y el codo, una mancha con muchos dedos marcados.
                   El inodoro se cerró de un manotazo y sonó el flujo del depósito.
                   Moviéndose con rapidez para que su padre no se enfadase con ella esa mañana
                (esa mañana era mejor que no reparara en ella siquiera), Beverly se puso unos
                vaqueros y la sudadera de la secundaria de Derry. Y entonces, porque ya no
                podía seguir postergándolo, abandonó su habitación para ir al baño. Se cruzó en
                la sala con el padre que volvía a su habitación para vestirse. El pijama azul batía
                por su amplitud. Gruñó algo que ella no pudo entender. De cualquier modo,
                respondió:
                   --Está bien, papá.
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