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--¿Quieres limpiar los cristales de la sala, Bewie? -preguntó, volviendo a la
cocina. Ya llevaba puesto su uniforme de camarera-. Tengo que ir al San José, en
Bangor, a visitar a Cheryl Tarrent. Anoche se rompió una pierna.
--Sí, yo me encargo -prometió Beverly-. ¿Qué le pasó a la señora Tarrent? ¿Se
cayó?
Cheryl Tarrent era una compañera de trabajo de su madre.
--Tuvo un accidente de coche con ese inútil con el que se ha casado -respondió
la madre, ceñuda-. El marido había estado bebiendo. Debes dar gracias a Dios
todas las noches de que tu padre no beba, Bewie.
--Lo hago -respondió Beverly. Era cierto.
--Creo que ella va a perder el empleo, y él no dura en ninguno.-Un tono de
lúgubre horror se filtró en la voz de Elfrida-. Tendrán que vivir del gobierno,
supongo.
Era lo peor que se le podía ocurrir a Elfrida Marsh. No se comparaba siquiera
con perder un hijo o descubrir que una tenía cáncer. Se podía ser pobre; una
podía pasarse toda la vida rascando el fondo de la olla, como ella decía. Pero por
debajo de todo, aun por debaúo de las alcantarillas, estaba el momento en que
uno tuviera que vivir del gobierno y comer con el sudor de los otros como limosna.
Y ésa era la perspectiva a la que se enfrentaba Cheryl Tarrent.
--Cuando hayas limpiado los cristales y sacado la basura, puedes ir a jugar un
rato, si quieres. Tu padre va a la bolera esta noche, así que no tienes que
prepararle la cena. Pero quiero que estés en casa antes del oscurecer. Ya sabes
por qué.
--Está bien, mamá.
--Dios mío, cómo creces -dijo Elfrida. Miró, por un momento, los bultitos en la
sudadera. Su mirada reflejaba amor, pero ninguna compasión-. No sé qué voy a
hacer aquí cuando estés casada y tengas tu propio hogar.
--Creo que me quedaré aquí toda la vida -dijo Beverly, sonriendo.
La madre la abrazó brevemente y le besó la comisura de la boca con sus labios
secos y calientes.
--No me engaño -replicó-. Pero te quiero, Bewie.
--Yo también te quiero, mamá.
--Cuando termines con esas ventanas, repasa para estar segura de que no
queden marcas -recomendó mientras recogía su cartera y se acercaba a la puerta-
. De lo contrario, te las verás con tu padre.
--Ya las repasaré. -En el momento en que la madre abría la puerta para salir,
Beverly preguntó, tratando de fingir indiferencia-. ¿No has visto nada raro en el
baño, mamá?
Elfrida la miró, con el entrecejo fruncido.
--¿Raro?
--Bueno... anoche vi una araña. Salió del desagüe. ¿No te lo dijo papá?
--¿Anoche hiciste enfadar a tu padre, Bewie?
--¡No! No, no. Le dije que había salido una araña del desagüe y que me había
asustado. Él me contó que en la escuela vieja, a veces encontraban ratas
ahogadas en los inodoros. Por los desagües. ¿No te contó lo de la araña?
--No.
--Oh, bueno, no importa. Sólo quería saber si la habías visto.