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Pero Beverly, después de una vacilación, lo hizo. Porque Stanley, de algún
                modo, era distinto a Bradley. Él estaba allí.
                   "Stanley es uno de nosotros -pensó Beverly y se preguntó por qué eso le erizaba
                la piel-. No les hago ningún favor si lo cuento, ni a ellos ni a mí tampoco." Pero ya
                era demasiado tarde. Ya estaba hablando.
                   Stan se sentó con ellos, sereno y grave. Eddie le ofreció los restos del batido de
                frambuesa, pero él meneó la cabeza sin apartar los ojos de Beverly. Ninguno de
                los otros hablaba.
                   Beverly les contó el episodio de las voces, entre las que había reconocido la de
                Ronnie Grogan. Sabía que Ronnie había muerto, pero era su voz, de todos
                modos. Les habló de la sangre que su padre no había visto ni sentido, ni tampoco
                su madre, por la mañana.
                   Cuando terminó, miró todas las caras temerosa de lo que podría ver en ellas...
                pero no halló señales de incredulidad. De terror sí, pero de incredulidad, ninguna.
                   Por fin, Ben dijo:
                   --Vayamos a ver.



                   7.

                   Entraron por la puerta trasera, no sólo porque a esa cerradura correspondía la
                llave de Bev, sino también porque su padre la mataría si la señora Bolton la veía
                entrar en el apartamento con tres chicos en ausencia de sus padres.
                   --¿Por qué? -preguntó Eddie.
                   --No lo entenderías, tonto -dijo Stan-. Tú calla.
                   Eddie iba a contestar, pero echó otra mirada a la expresión tensa de Stan y
                decidió mantener el pico cerrado.
                   La puerta daba a la cocina, llena del sol de la tarde y de silencio estival. Los
                platos del desayuno relucían en el escurridor. Los cuatro niños se detuvieron junto
                a la mesa; cuando arriba se golpeó una puerta, todos dieron un salto; después
                rieron, nerviosos.
                   --¿Dónde está? -susurró Ben.
                   Beverly, con el corazón palpitándole en las sienes, los condujo por el pasillo al
                que daba el dormitorio de sus padres a un lado y la puerta cerrada del baño en el
                extremo. Después de abrirla, entró rápidamente y tapó el sumidero del lavabo.
                Luego dio un paso atrás para ponerse entre Ben y Eddie. La sangre se había
                secado dejando manchas marrones en el espejo, el lavabo y el empapelado.
                Beverly las miró; resultaba más fácil mirar las manchas que a sus amigos.
                   En voz tan infantil que apenas pudo reconocerla como propia, pregunto:
                   --¿La veis? ¿Alguno de vosotros la ve? ¿Está allí?
                   Ben se adelantó un paso y Beverly volvió a sorprenderse de sus delicados
                movimientos a pesar de su gordura. Tocó una de las manchas de sangre, después
                otra, y por fin una larga chorreadura en el espejo.
                   --Aquí. Aquí. Aquí. -Su voz sonó inexpresiva y autoritaria.
                   --¡Jolín! Es como si hubieran matado un cerdo aquí dentro - exclamó Stan.
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