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--¿Qué me has dado? -preguntó.
--Es mi remedio contra el asma -se disculpó Eddie.
--Por Dios, sabe a cagarro de perro muerto.
Todos rieron, pero fue una risa nerviosa. Todos miraban a Stan, inquietos. Ahora
volvía un poco de color a sus mejillas.
--Es bastante malo, sí -reconoció Eddi con cierto orgullo.
--Sí, pero ¿es kosher? -preguntó Stan.
Todos volvieron a reír, aunque ninguno de ellos sabía exactamente qué
significaba kosher.
Stan fue el primero en dejar de reír y miró a Eddie con intensidad.
--Cuéntame todo lo que sepas de la torre depósito -dijo. Eddie comenzó, pero
también Ben y Beverly contribuyeron con algunos datos.
La torre depósito de Derry estaba situada en Kansas Street, a unos dos
kilómetros y medio del centro por el lado oeste, cerca de Los Barrens. En cierta
época, hacia fines del siglo pasado, había suministrado toda el agua consumida
por Derry, ya que contenía cuatro millones y medio de litros. Gracias a una galería
circular al aire libre, situada justo bajo el tejado, ofrecía una vista espectacular de
la ciudad y la campiña circundante, por lo que había sido un sitio concurrido hasta
1930. Muchas familias iban al pequeño parque en sábado o en domingo, cuando
hacía buen tiempo; subían los ciento sesenta peldaños de la escalera interior,
hasta la galería, y disfrutaban del panorama. Con frecuencia llevaban también el
almuerzo para hacer un picnic.
Las escaleras discurrían entre la parte exterior de la torre, de tablas delgadas,
pintadas de blanco deslumbrante, y su depósito interior, un gran cilindro de acero
inoxidable que se elevaba a treinta y un metros con ochenta centímetros. Esas
escaleras subían hasta la cima en una estrecha espiral.
Justo por debajo de la galería, una gruesa puerta de madera, abierta sobre la
parte interior de la torre depósito, daba a una plataforma sobre el agua, un
pequeño lago de montaña, negro, suavemente chapoteante, iluminado por
bombillas de magnesio atornilladas a pantallas de lata. El agua tenía exactamente
treinta metros de profundidad cuando el cilindro estaba lleno.
--¿De dónde venía el agua? -preguntó Ben.
Bev, Eddie y Stan se miraron mutuamente. Ninguno lo sabía.
--Bueno, ¿y qué pasó con esos chicos que se ahogaron?
Sobre eso había escasa información. Al parecer, en aquellos días ("tiempos de
antes", los llamó Ben, solemne, al participar en el relato), la puerta que daba a la
plataforma sobre el agua quedaba siempre sin llave. Una noche, dos niños (o tal
vez fuera uno solo, o quizá tres) habían encontrado también franca la puerta de
abajo. Subieron como desafío, pero salieron, por error, no a la galería sino a la
plataforma. En la oscuridad, cayeron desde el borde sin saber dónde estaban.
--A mí me lo contó Vic Crumly, que dijo saberlo por su padre -comentó Beverly-,
así que puede ser cierto. El padre de Vic dijo que, una vez en el agua no tenían
salvación, porque no había de dónde sujetarse. La plataforma quedaba fuera de
su alcance. Dijo que debieron de nadar en círculos, pidiendo ayuda,
probablemente toda la noche. Y como nadie los oyó, se extenuaron hasta que...
Dejó morir la voz, sintiendo que el horror penetraba en ella. Con los ojos de la
mente veía a aquellos chicos patalear como cachorrillos empapados. Se